Ellos no sabían que en Veraluz se les apodaba “Los tapones” a causa de que todos eran bajitos, redondos y fosforescentes. Al padre, don Miguel de Verano, lo estimaban de un modo especial los terratenientes del pueblo porque era jefe del silo donde se amontonaban las cosechas de trigo y de cebada hasta que llegaba el invierno, ya con los granos repartidos y el don rezagado hasta el próximo estío. Su esposa, sin llegar a uno cincuenta, pizpireta y engreída, abría la puerta de su ventana para que los vecinos vieran que ellos, en la plaza, únicamente poseían un televisor Iberia, que los chiquillos agradecían desde la verja para ver los dibujos animados. El matrimonio, con sus tres hijos, pequeños de edad y de estatura, cabía holgadamente en un Renault 4-4 que apenas se salía de la cochera.
Una tarde de juegos y sorpresas el hijo mayor de los Tapones dejó sin querer ciego a un amigo con el que estaba jugando. Nadie supo decir exactamente qué paso ya que, como escribió Fellini, sólo los ingenuos dan respuestas exactas a las circunstancias complejas. Pero don Miguel, sin la menor discusión lo vendió todo para indemnizar a la familia en su desgracia…
Al saberlo, fue la primera vez que medité seriamente y en silencio la grandeza de los pequeños.
Pedro Villarejo