Este día se celebra el derecho a la Libertad de Expresión y debiera ser motivo de júbilo pues es indicativo de que todavía vivimos en un país democrático donde existen libertades fundamentales que permiten una manifestación de ideas, posturas y pensamientos, sin que eso implique represión por parte de las autoridades o acciones que limiten ese derecho.Pero digo que “debiera” ser, justamente porque no lo es.
Si bien en todas las narrativas gubernamentales se expresan posturas que están a favor de la Libertad de Expresión, en los hechos vemos todo lo contrario; ningún gobernante dice que va a perseguir a quienes piensan diferente a como lo hace él; todos dicen que son tolerantes a la crítica más dura e incluso sin fundamento; pero en sus acciones muestran todo lo contrario.
Durante el sexenio de López Obrador, la intolerancia a la Libertad de Expresión llegó a convertirse en política pública; un día a la semana, la sección “Quién es quién en las mentiras”, que ocupaba un buen lapso de tiempo, era el espacio que con el presupuesto federal se dedicaba a denostar periodistas, a tacharlos de mentirosos y hacía escarnio público de aquellos que se atrevían a desafiar al régimen o mostraban en sus trabajos de investigación periodística los excesos cometidos, la corrupción, el nepotismo, las decisiones erradas o las contradicciones en las que incurría, tanto el expresidente López Obrador, como sus funcionarios.
Había respeto a la Libertad de Expresión de palabra, pero en los hechos se fustigaba a los que osaban mostrar la realidad gubernamental o social.Como suele suceder, muchos de esos reporteros perdieron sus espacios informativos en los medios para los que laboraban porque las presiones de Jesús Ramírez Cuevas a los directivos o dueños implicaban el cierre de los contratos publicitarios y estos no podían darse el lujo de perder un cliente que es tan poderoso.Como dicen luego, los malos ejemplos cunden.
Si bien la presidente Claudia Sheinbaum se ha mostrado con una mayor moderación y su trato con los reporteros es menos álgido, en algunos momentos recurre a la descalificación de quienes la critican, en lugar de aplicar correctivos internos para evitar precisamente esas críticas.Pero más allá de eso, todavía en su equipo de trabajo confluyen intereses que pretenden acallar o limitar la Libertad de Expresión, la Ley de Telecomunicaciones fue un claro ejemplo del intento por controlar espacios radiales, televisivos y ahora digitales.
El que el senador Gerardo Fernández Noroña obligara a un ciudadano a que le ofreciera una disculpa pública, por un altercado en la zona VIP de Aeroméxico en el aeropuerto “Benito Juárez”, fue un exceso que marcó un atentado a la Libertad de Expresión.Hace unos días, en el Pleno del Senado, Fernández Noroña reconvino al senador Ricardo Anaya del PAN, luego de que este calificara la elección al poder judicial con un término escatológico, lo hizo a pesar de que por el fuero un senador no puede ser reconvenido por sus expresiones, pero es una muestra más del talante autoritario que pulula dentro de personajes incrustados en la Cuarta Trasformación.
¡No, a los gobernantes, a los políticos y a los funcionarios públicos les desagrada la Libertad de Expresión! Están obligados a tolerarla, a vivir con ella, pero en cuanto tienen oportunidad buscan la manera de silenciar las voces críticas y cuando no pueden las descalifican.
Imagínese usted, durante siete años se ha venido fomentado desde la tribuna del Ejecutivo que los medios de comunicación mienten y engañan, que la gente ya no les cree, que han caído en el descrédito y perdieron su credibilidad. Sin embargo, cuando los ciudadanos no acuden a votar a la elección de jueces y magistrados, todo se debe a una conjura de los medios que orquestaron toda una campaña para que la gente no saliera a sufragar.
Es una contradicción y un contrasentido: el ciudadano no les tiene credibilidad, pero les sigue creyendo y haciendo caso.
En los regímenes populistas y tendientes a la izquierda, la prensa libre es un obstáculo y la Libertad de Expresión es un derecho que debe acotarse al máximo, con eso se limita a la sociedad a recibir solamente información oficial y que ha pasado por el cernidor de la censura oficial.
Pero en una democracia, la Libertad de Expresión es un derecho inalienable, es una libertad que se puede regular para evitar daños a personas inocentes, pero que debe fluir sin cortapisas cuando se cuestiona y critica al poder.
Con tantas regulaciones actuales como las leyes de violencia política en razón de género, con la posibilidad de ser demandados penalmente por calumnias –un delito que todavía figura en varios códigos penales de los estados—y con un gobierno y aliados políticos que resultaron con una piel muy delgada para tolerar las críticas, el autoritarismo y la censura van ganando terreno.
Y ni que decir del crimen organizado y los asesinatos de periodistas o las desapariciones de muchos colegas; de pronto ejercer el derecho en plena libertad para expresar puntos de vista, opiniones o análisis, se ha convertido en un acto de extremo peligro o de suma gravedad.
Pero ponga atención a lo que digan políticos y gobernantes este 7 de Junio, todos, pero absolutamente todos dirán que la Libertad de Expresión es tan necesaria en una sociedad, como lo es respirar para una persona.
Lo que no dirán es que no les importa atacar, combatir, desprestigiar o perseguir a quienes se atreven a disentir, pero eso no es atentar contra la Libertad de Expresión, es simplemente defenderse de una prensa que los acosa y los persigue. ¡Así de pueriles!
*Por su interés, reproducimos este artículo de Rafael Cano Franco, publicado en Diario de Chihuahua.