Un preso diabético a punto de morir por negligencia médica huye de la cárcel y denuncia la grave desatención médica que ha vivido

1 de noviembre de 2024
6 minutos de lectura
Un grupo de enfermeras de un centro de salud de Madrid tratan la herida que el interno, diabético, tiene en su pie. A la derecha, estado en que se halla la uña del interno.
Un grupo de enfermeras de un centro de salud de Madrid tratan la herida que el interno, diabético, tiene en su pie. A la derecha, estado en que se halla la uña del interno. | FI
Testimonios, desde un lugar secreto, del interno Juan Antonio Rodríguez Flores.
La cárcel de Alcalá-Meco, y, en el recuadro, José Comerón, “don Pepe”, director del recinto.

Al interno Juan Antonio Rodríguez Flores, de 43 años, casado y padres de tres hijos, le han destrozado la vida en la cárcel. No sus compañeros, ni la dureza en sí de la pena (un delito económico), ni siquiera el sistema. Quienes lo han hecho tienen nombres y apellidos y, subsidiariamente, la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.

Hace un mes, durante un permiso, decidió no volver a la prisión. Hoy se esconde en un lugar secreto. Está prófugo, y se ha puesto en contacto con Fuentes Informadas para contar sus vicisitudes. Las “muchas putadas” que le han hecho algunos directivos de los centros en los que ha estado. En los 16 permisos que había disfrutado antes no hubo ninguna incidencia. Pero lo peor ha sido la desatención médica que ha vivido casi desde que pisó la cárcel en 2018.

Por eso decidió no volver a la prisión. Hace un mes, estando de permiso con su esposa e hijos, optó por no reincorporarse a la prisión de Navalcarnero (cuyo equipo directivo tiene la lastimosa fama de ser de los más duros de España) convencido de que antes que nada está su derecho a la salud. Es diabético y tiene una úlcera en el pie, pero ha estado a punto de morir por una cadena de negligencias y desidia médica y padecerá por ello serias secuelas de por vida.

16 permisos sin incidencias

Entró en prisión un 16 de diciembre de 2018 con una condena de ocho años, por un delito económico, unos ocho años de condena.

Cuando llegó por primera vez a la cárcel de Soto del Real era un joven sano, deportista. En la actualidad tiene reconocido por la Comunidad de Madrid un 75% de discapacidad. Y todo por la nefasta atención médica que le han dispensado los distintos centros penitenciarios en los que ha estado.

Incluso los presos gozan del derecho fundamental a la salud. Pero Prisiones, y la altiva y desdeñosa actitud de algunos directivos de sus cárceles, se lo ha pisoteado, destaca Juan Antonio.

Ahora está prófugo, escondido de la policía, que ha visitado ya en su busca, sin éxito, todos los domicilios que se le conocen. Y es que Juan Antonio ha estado a punto de perder la vida (estuvo en coma varios días en la unidad para presos del Hospital Gregorio Marañón, con septicemia y metástasis).

Y todo porque los médicos, cuando le veían, se limitaban a enviarle analgésicos a un dolor in crescendo originado por un golpe en su pierna.

Juan Antonio entró absolutamente sano y ahora, en cambio, padece cojera, con un fémur de titanio, una diabetes tipo 1, un glaucoma severo en los ojos y pérdida pronunciada de audición. Y eso que entró como un excelente deportista (era el monitor deportivo en las canchas de la que fue su primera prisión, entonces preventivo, la de Soto del Real).

La cuestión, señala Juan Antonio, es que todas estas patologías las ha adquirido en la cárcel por falta de atención médica. Daban igual sus lamentaciones. Sufrió un golpe en la pierna que con el paso de los días derivó en un edema, fiebres y un mareo: y resultó que se lo estaba comiendo una septicemia. Llevaba más de un mes quejándose de dolor en la pierna.

En general, los médicos carcelarios tienen consultas periódicas. Pero las citas son muy limitadas y para conseguir una hay que madrugar para estar entre los afortunados quince primeros de la cola.

Un estuvo en el hospital. En algunos momentos no llegaron a contar con él. La infección de la pierna se había extendido por su cuerpo. Se lo llevaron, esta vez sí, a la unidad de presos del hospital Gregorio Marañón. Y logró salvar la vida. Los médicos le diagnosticaron la diabetes y mitigaron la infección.

El parte de alta informaba a la cárcel de su grave estado y de la necesidad de llevar una estricta dieta y medicación. “No había ningún control, todo era caótico, no me curaban… y las patología se agudizaban: diabetes tipo 1, claucoma, cojera, sordera….”, comenta Juan Antonio a Fuentes Informadas.

La desatención y desinterés medico hacia él (esto confiesa Juan Antonio), ni dieta, ni control ni nada de su diabetes, le llevaron hace un mes a tomar la decisión de no regresar a Navalcarnero, al menos mientras no se le cure la úlcera que hace semanas le salió en un pie (y que puede apreciarse, ya muy mejorada, en la foto que ilustra esta información).

En la prisión no se hace excesivo caso a los temas médicos de los internos.

“Sigo vivo porque mi familia consiguió que me citasen como paciente los médicos del hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares y eso me permitía ir periódicamente al hospital, pero a veces no te llevaban a la cita inventando alguna excusa: les daba igual tu salud”.

Aún así, la cárcel no tenía más remedio que dejarle ir, escoltado por policías. Algunas veces no pudo acudir a sus citas hospitalarias porque supuestamente no había suficientes policías en Alcalá de Henares ese día para escoltarle al hospital. O eso le decían.

Juan Antonio ya se ve mejor y, por tanto, cree que de momento no va a necesitar atención médica de la prisión. Por lo que está pensando en reincorporarse la próxima semana a la prisión de Navalcarnero. Pero ha pedido a Fuentes Informadas que le acompañe.

Tiene miedo a lo que espera cuando lo haga. Muchos días de aislamiento… Y no dejarle salir más de permiso. “Solo me quedaban dos años, pero mi salud es lo primero, y el centro no me garantizaba los cuidados médicos que necesito: ante es mi vida y mi familia que el quebrantamiento de condena que me atribuyan”.

“Cuando el permiso, pensé que volver a la cárcel con la úlcera sin curar era un riesgo para mi salud, allí la atención médica es irrisoria y no me garantizaba nada, y necesito estar vivo para cuidar de mi mujer e hijos”, relata.

Extraña norma no escrita

A estos problemas de salud, en la cárcel de se le ha unido el desdén hacia él, con excepciones, de los directivos de la prisión. En la cárcel hay una norma no escrita de que los que se quejan o hacen escritos de protesta o recursos ante los jueces, pasa a formar parte de los odiosos. Y los convierten en el pim pam pum.

Y Juan Antonio, que ha logrado sacarse la carrera de Derecho estando preso, con buenas notas, no ha estado ajeno a este estigma. Y muchas veces “me han puteado”. Recuerda, y es solo un ejemplo, cuando estaba a punto de irse con un permiso de siete días, y justo un día antes le trasladaron a otra cárcel. Y se quedó sin el permiso.

Empezó en Soto del Real a cumplir su pena, pero en estos años ha desfilado por casi todas las cárcel de Madrid. Cambiarle de cárcel, para prolongar la reclasificación a la que tienen derecho los presos al menos cada seis meses, era una forma de “putearme”.

Enfermedades

Juan superó la septicemia en Soto, pero la diabetes, al estar descontrolada, le ha aflorado otras patologías: un claucoma, una sordera parcial, el fémur de titanio, ese que corroía la septicemia cuando se mareó en la cárcel tras muchas semanas pidiendo ayuda sin éxito a los médicos y directivos del centro. Y el motivo de una raja quirúrgica enorme que tiene en un muslo.

Por eso no ha vuelto a la cárcel ni lo hará hasta que se le cure la úlcera del pie. Porque una vez dentro está a expensas de lo que sanitariamente quiera hacer la cárcel con él.

La úlcera ya está mucho mejor y por eso quiere volver a la prisión, posiblemente la semana próxima, pero pide a Fuentes Informadas que le acompañe. Él quiere terminar los dos años de cárcel que le quedan `pr cumplir y volver al lado de su familia.

Admite Juan que un grave error personal, una mala acción, un delito económico, le granjearon la condena de ocho años de prisión (de los que a día de hoy tiene cumplidos casi seis años). Pero le indigna que ese error le este suponiendo una pena doble, la de la privación de libertad, que asume, y una añadida que nunca debió suceder: su salud.

Su odisea penitenciaria fue especialmente penosa en la cárcel que dirige “don Pepe”, director de Alcalá Meco. Se refiere a José Comerón, un director al que se le ha fugado un preso muy peligroso, El Pastillas, se le acaba de suicidar un enfermero del centro, al que el propio don Pepe veía con “excesiva pluma” (y que Juan Antonio conocía bien)… Entre otros suicidios y dislates que se producen en esta prisión.

Y, sin embargo, don Pepe sigue en su puesto. Su mayor mérito, ser amigo del secretario general de Prisiones. A Juan Antonio le soltó una andanada que difícilmente olvidará nunca.

La dramática historia de Juan Antonio continuará mañana en Fuentes Informadas...

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