Hoy: 1 de noviembre de 2024
Para los mexicanos la muerte se vive como una festividad llena de color y tradición. Los altares se cubren de flores de cempasúchil, las calles se llenan de música, y los panteones se iluminan con velas en honor a quienes ya no están. Es el Día de Muertos, una de las celebraciones más emblemáticas de la cultura mexicana, declarada en 2003 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Así, con una esencia de solemnidad y alegría, la fiesta se convierte en una forma especial de recordar y honrar a los seres queridos que, según la creencia, regresan por una noche para compartir con los vivos.
Cada cultura enfrenta la muerte a su manera, y la tradición mexicana lo hace con una mezcla única de ritual y celebración. Los días dedicados al Día de Muertos inician desde finales de octubre y culminan el 2 de noviembre, con una jornada dedicada a los niños que partieron y otra a los adultos. Durante esta celebración, los altares se convierten en lugares sagrados donde se depositan ofrendas llenas de significado: flores de cempasúchil, calaveras de azúcar y chocolate, pan de muerto, agua, velas, y las comidas y bebidas favoritas de los difuntos, todo dispuesto cuidadosamente para recibir a las almas en su regreso al mundo terrenal.
El Día de Muertos tiene profundas raíces indígenas que se remontan a las civilizaciones de Mesoamérica. En esas antiguas culturas, el culto a la muerte era parte de la cosmovisión, y cuando alguien fallecía, era enterrado envuelto en un petate, acompañado de una fiesta que, según la creencia, facilitaba su tránsito al Mictlán, el inframundo. Este proceso de cuatro años era una forma de preparación espiritual para las almas, y las ofrendas y rituales de entonces se consideran el antecedente directo de los altares actuales.
La llegada de los conquistadores españoles trajo cambios a las tradiciones locales, fusionando elementos de las creencias indígenas con el catolicismo. Al altar se le sumaron cruces, velas y pan de muerto, junto a las ofrendas originales de los pueblos indígenas, como el copal y las flores de cempasúchil. Este sincretismo cultural es lo que ha dado forma a la versión actual del Día de Muertos, una festividad que une ambos mundos y mantiene la esencia de una conexión especial entre vivos y muertos.
Durante los últimos años, el Día de Muertos ha evolucionado y ganado aún más visibilidad, no solo en México, sino a nivel mundial. Tradiciones como las “calaveritas”, versos humorísticos que evocan la muerte de una manera juguetona, y la figura de la “Catrina”, que simboliza el encuentro entre culturas y el carácter festivo de la tradición, son elementos reconocibles tanto en México como en otros países. En la Ciudad de México, el desfile de catrinas, que se ha vuelto multitudinario, representa la evolución moderna de esta celebración, fusionando el respeto por las tradiciones con nuevas expresiones artísticas y populares.
El Día de Muertos es un símbolo de identidad que sigue transformándose y que, generación tras generación, conserva su relevancia en la vida de los mexicanos. Desde las humildes ofrendas en el campo hasta los altares urbanos más elaborados, la festividad sigue siendo una conexión única con el pasado y una celebración de la vida a través de la memoria de los que ya partieron.