Crítica siempre, insulto nunca

12 de agosto de 2024
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El campamento de refugiados de Shati. | EP
RAFAEL FRAGUAS

Las tendencias al linchamiento como arma de descalificación personal van cobrando cada vez más arraigo en las prácticas mediáticas y políticas. Parece como si la crítica objetiva, contundente pero respetuosa con la persona y desprovista del insulto, resultara ser una quimera en la esfera de la vida pública. Tales tendencias al acoso personal esconden casi siempre pulsiones odiosas, signadas por prejuicios ideológicos, racistas, xenófobos, clasistas, supremacistas y/o etnocéntricos.

Basta comprobarlo observando con cierta atención el tenor de lo que se vierte hacia el exterior desde las cabeceras de tantos medios que han olvidado los sustantivos a la hora de titular sus informaciones, para sustituirlos por toda una gama de adjetivos hirientes, descalificadores y humillantes. Otro tanto ocurre con la mayoría de los discursos políticos, parlamentarios o con declaraciones de exponentes judiciales al uso. Insultar no forma parte de la libertad de expresión, debiera tenerlo en cuenta tanto personaje público, con o sin toga.

Pero las gentes de a pie, las que pagan religiosamente sus impuestos, las que madrugan cada día para trabajar sacando el país adelante y vivir con el anhelo de la tranquilidad, están hartas de esas prácticas; desean que la política, los medios y los jueces se desembaracen de ese fardo que solo complica la vida social e impide que la crítica leal cumpla su función sanadora de la convivencia, que las actividades linchadoras quiebran.

Los ejemplos están a la vista. No hay en la escena política española un político que destaque por alguna razón que no sea estigmatizado en lo personal, lo familiar, o incluso en lo íntimo, en algunos casos. En la arena internacional, tampoco se libra nadie de cosechar insultos y descalificaciones.

Yanquifobia, rusofobia, sinofobia, bolivarifobia, islamofobia, israelofobia… están a la orden del día. Trump sería un loco furioso; Vladimir Putin, un h de p; Xi Jinping, un siniestro enigmático; Nicolás Maduro, una dictador monstruoso; Alí Jamenei un mesiánico iluminado; Nethanyahu, un pirado criminal… Estas son las aportaciones que cada parroquiano de taberna o cada cuñado pretendidamente ilustrado, descarga sobre sus círculos familiares o aledaños.

Veamos: esta sarta de descalificaciones, ¿en qué medida ayuda a comprender lo que en verdad sucede en la arena política y militar del mundo? En opinión de este escribidor, en nada. Juzguemos los hechos, aquellos que dan cuenta de lo que se hace. Olvidemos la tendencia a degradar personalmente al que manda, al otro, al diferente, tan de acuerdo con la ignorancia dominante.

Los procesos políticos son complejos, las soluciones, también. Pongámonos en el lugar del que decide: hombre, se dirá, genocidios, como el perpetrado por las denominadas Fuerzas de Defensa de Israel, en nuestro nombre no admitiríamos justificarlos jamás; ni las afirmaciones de Donald Trump sobre el aborto a los nueve meses, achacado a los demócratas, tampoco; supuestas políticas sinuosas chinas para dominar el mundo al completo por la vía tecnológica, raramente… De manera semejante podríamos percibir el alcance de nuestras limitaciones a la hora de enjuiciar como solemos hacerlo.

Pero, como ciudadanos del mundo, tenemos no solo el deber de mostrar conductas políticas sensatas, lejos de reacciones exacerbadas o linchadoras, sino también, tenemos el derecho a exigir que los que rigen el mundo tengan en cuenta que el objetivo primordial de la política es garantizar la vida y reducir el dolor de las naciones al mínimo, cosa que casi todos los dirigentes arriba enumerados evitan, evidentemente con distintos grados de intensidad y de irresponsabilidad.

La política es una necesidad vital, humana. La vida sale al paso de individuos, sociedades y naciones con opciones ante las que hay apremiantemente que decidir; y, para ello, surge la figura del dirigente o representante político, sindical, empresarial.

No hay más remedio que gestionar la complejidad de la vida social. Pero, si en vez de controlar democráticamente los actos de poder, a través de instituciones y libertades democráticas, nos degradamos a nosotros mismos degradando personalmente a quienes deciden, sin que ello sirva de nada, impedimos que la crítica racional y sensata pare los pies a quienes de manera tan personalizada, trivial e insultantemente descalificamos.

La crítica objetiva cumple una función cardinal en toda sociedad que se precie de ser tal. Confundirla con la insidia y la ofensa ad hominem es disparar sobre nuestro propio pie de ciudadanos. Desterremos el insulto, la ofensa rencorosa basada en la ignorancia; busquemos los hechos y su inducción.

Si se comprueba que en Gaza se está cometiendo un genocidio, como parece probado, denunciémoslo, sin que nadie crea malévolamente que denunciarlo implica apoyar el atentado terrorista de Hamas hace diez meses. Si Donald Trump miente con descaro ante las cámaras de televisión sobre tan importante asunto como el del aborto, digámoslo también.

Si hay -o no- pucherazo en unas elecciones como las venezolanas, confirmémoslo eludiendo dar rienda suelta a los insultos contra Nicolás Maduro, no vaya a ser que se pruebe que las actas de los recientes comicios, retenidas por el régimen, hayan sido hackeadas por quienes quieren llegar al poder allí a toda costa; incluso, con candidatos denunciados por un presunto pasado de delaciones devenidas en asesinatos de sacerdotes jesuitas en El Salvador.

Así lo denuncian medios oficiales bolivarianos, acusados, a su vez, por sus opositores de olvidar y reprimir el pluralismo y el fair play democrático, que tales medios justifican por bloqueos occidentales contra la economía venezolana basada en una apetitosa riqueza en hidrocarburos codiciada por los de siempre…

La política a escala mundial es una tela de araña interconectada de tal manera que una breve oscilación en la periferia de la red genera una aguda oscilación que bate con una onda cada vez más intensa su trayecto hasta el otro extremo de la tela, convulsionada por aquel impulso.

Solo la sensatez de las gentes de a pie, mediante la participación política cotidiana y el control democrático cabal, pueden evitar que este mundo se abisme en el horror de nuevas guerras ya que, en las actualmente en curso, según testimonios de médicos desplegados sobre el terreno, se confirman muertes y heridas por daños de una gravedad clínicamente desconocida.

Y todo ello causado en niños y mujeres indefensas, por armas de nueva ideación, soportadas por la mal llamada inteligencia artificial. Para colmo, estas armas se van a poner a la venta con el marchamo mercadotécnico de haber sido probadas directamente sobre población humana, como el estudioso judío Arthur Loewenstein ha demostrado al examinar las nuevas armas desplegadas en la guerra de Israel en Gaza.

En resolución, la crítica genera criterio y el criterio, equilibrio. Ejerzámosla pues para impedir las arbitrariedades de las cuales todo poder se recubre. Pero ahuyentemos el insulto, que solo destila rencor e ignorancia.

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