Madrid, alianza cívica frente al despotismo iletrado

12 de mayo de 2024
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Una terraza en Madrid. | EP

RAFAEL FRAGUAS

Sería gratificante ver a más agentes municipales enseñando a cruzar la calle a un pequeño, más que desplegar su legítimo poder de multar y sancionar

La sociedad civil madrileña pugna por sobrevivir. La polarización impuesta a todos los niveles por supuestos políticos de conducta frívola, cortas miras y escasísima cultura, intenta asfixiar definitivamente lo que queda de una sociedad madrileña que, en su día, fue activa y vivaz, autónoma. La misma sociedad civil que, una vez arrancadas la democracia y las libertades al franquismo tras una ardua lucha de masas, consiguió emanciparse del apoliticismo heredado y mostrarse socialmente con ideas propias, creativas, cívicas y democráticas.

Aquel milagro, que duró dos décadas, entre 1978 y el fin de siglo, aproximadamente, fue obra de una ciudadanía consciente de sus derechos, mas también de sus deberes, que desde la atalaya de la civilidad y en diálogo con políticos y partidos dotados de conciencia social y capacidad de escucha, se comprometió a fiscalizar la naciente vida política democrática mediante el despliegue del sentido común, el recto pensar y la disposición a colaborar y a ser escuchada por los poderes estatales, regionales y municipales.

Fue aquella la época en la cual los políticos escuchaban a los ciudadanos y profesionales que sabían, como Antonio Fernández Alba, arquitecto salmantino recientemente fallecido a los 96 años de edad. Durante aquella etapa singular, ofició de asesor y consejero de las autoridades locales y estatales como autor de los estudios previos de las grandes obras de reconstrucción y restauración en Madrid, el Prado, el Reina Sofía, el Observatorio Astronómico del Retiro o la Puerta del Sol, así como en numerosos enclaves de la región, como Alcalá de Henares, entre muchos otros proyectos y actuaciones.

Fernández Alba, lejos siempre del relumbrón buscado por otros alarifes de nombradía, desde la izquierda moderada, aportaba criterio y sensatez a los decisores políticos capaces de escuchar. Algo similar realizó por su parte el arquitecto municipal Joaquín Roldán Pascual, quien, desde la derecha moderada, consagró su vida profesional a cuidar el ornato público de la ciudad y a embellecerla, en la plaza de la Lealtad, el palacio O’Really, la glorieta de Alonso Martínez y la Rosaleda del Parque del Oeste, amén de muchos otros emprendimientos.

Colegios Profesionales como el Oficial de Arquitectos, el de Economistas, el de Ingenieros, incluso las hoy adormecidas Reales Academias, mediante algunas Juntas sensibles a las demandas ciudadanas, fueron algunas de las instituciones señeras de una sociedad civil madrileña hoy eclipsada casi al completo por algunos titulares de política regional y municipal sordos a aquellas demandas, instalados como están en la antipolítica, el insulto y la polarización.

Es una contra-élite sin ideas, ni criterio, sin otra mira aparente que abrir paso al negocio particularizado en pocas manos, con tendencias a asfixiar el espacio público, como las aceras, o pulsiones arboricidas, por ejemplo, a manos de empresas privadas, señaladamente hoteles, bares, tabernas o a próceres del negocio deportivo, hollando la columna vertebral de la ciudad con carreras de Fórmula 1 o bien turistizando, canibalizando o gentrificando la vida madrileña al máximo: y lo hacen transigiendo con tour-operadores masivos e invasivos que, como ya sucede en Barcelona, Sevilla o Cádiz, estrangulan la serenidad necesaria para hacer habitable la vida en la ciudad.

Algunos de los actuales poncios regionales y municipales se caracterizan, además, por otorgar facilidades sin cuento a unos inversores foráneos, que no sabemos cómo obtuvieron sus millonarios dineros y que, curiosamente, no invierten en sus países de origen por razones que desconocemos, aunque suponemos. Mientras, barrios o distritos como el de Salamanca, Chamberí o Chamartín, son inmobiliariamente abducidos por los raros dineros de sus nuevos y extraños propietarios. Otro trato, desde luego, es el que aquí reciben algunos inmigrantes sin recursos o migrantes internos, como en la Cañada Real.

Si bien son evidentes los esfuerzos por convertir la ciudad en un retablo versado al espectáculo, no consta que las autoridades locales y regionales consulten, escuchen o muestren disposición a atender las sugerencias, quejas o iniciativas que proceden de esa sociedad civil madrileña exangüe. Hoy, en verdad, se ve desprovista de canales de expresión propios, con una televisión regional, Telemadrid, al servicio de intereses de un partido.

Se retira un cartel donde constan las 7.291 víctimas del covid entre los ancianos de las residencias de mayores –muchas de ellas por las malas prácticas políticas de entonces–, pero se autorizan gigantescos cartelones publicitarios de grandes almacenes, perfumes o reclamos triviales. Las insufribles manque necesarias obras urbanas proliferan en la ciudad con anuncios donde consta cuándo empiezan, pero nunca dicen cuándo acaban, ni los aumentos de los presupuestos que implican sus demoras.

Los caprichos políticos de una titular del Gobierno regional por alterar el trazado de una línea del Metro han hecho un destrozo humano, social y urbanístico sin precedentes en la ciudad mártir de San Fernando de Henares. El ruido se enseñorea por doquier de la ciudad de Madrid –cualquier turista foráneo se cree con derecho a berrear a grandes voces su pítima de madrugada, en imitación a lo que suelen hacer tantos energúmenos locales–.

Por otra parte, sería gratificante ver a más agentes municipales enseñando a cruzar la calle a un pequeño, más que desplegar su legítimo poder de multar y sancionar, mientras los recaudadores de la ORA se muestran implacables cuando se trata de imponer multas por estacionamientos express de apenas unos minutos.

Madrid se merece otra cosa. Madrid no puede seguir bajo este despotismo iletrado – en afortunada frase del arquitecto Jaime Tarruell– que no hace más que fomentar un malestar generalizado y tensionar la vida capitalina, otrora caracterizada por el buen humor, la campechanía y la cordialidad creativa y acogedora de sus gentes. Madrid que, durante siglos, asistió a la invisibilización de su condición de Villa a manos de su carácter de Corte, necesita hacer aflorar su propia personalidad.

Pero no a base casticismos arrogantes, terrazas invasivas y gritos desaforados de beodos; sino más bien a costa de proteger su dignidad capitalina como lugar de acogida y de encuentro de españoles y foráneos, nunca de fronda arrogante con otras regiones. Madrid ha sido un importante matraz de cultura y, sobre todo, la sede de una sociedad civil capaz de mejorar la vida urbana con su compromiso democrático con las libertades, como pudo hacerse realidad durante aquellas dos décadas entre los mandatos de Enrique Tierno Galván y José María Álvarez del Manzano, en la alcaldía y en el primer Joaquín Leguina en el Gobierno regional. Con sus respectivas luces y sombras, se vieron caracterizados por un quehacer político atento a las demandas y a la sensibilidad de la calle.

La llama del compromiso cívico madrileño, pese a los fuertes resoplidos para apagarla surgidos desde la antipolítica y la polarización, ha seguido encendida merced a la valiente lucha de colectivos ecologistas, feministas, vecinales, sanitarios, educativos y lgtbiq. Pero la persistente fragmentación que siguen mostrando debilita su potencial transformador, mientras no cristalice en una vigorosa Alianza Cívica unitaria, que la sociedad madrileña demanda con apremio.

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