Hoy: 22 de noviembre de 2024
Es común en Hispanoamérica encontrarse con una tela extendida sobre las calles, de balcón a balcón, que usan mucho para las campañas políticas o simplemente para agrandar las pequeñas locuras que se dicen al oído: “Te quiero”, “Feliz aniversario”, “Ven pronto”… Son los pasacalles como nervios del alma que han perdido su rozamiento oculto y están queriendo decir, sin proponérselo del todo, aquello de Niestzsche: “La vida no tiene ningún enigma que el amor no pueda resolver”.
Se me ocurre que gobierno y oposición tienen sus propios balcones a la misma anchura de la calle larga. Unos y otros (porque tanto monta, monta tanto) deberían escribirse sobre las telas limpias: “Modera tus ambiciones”, “Corrige tus necesidades”, “Mira que después de todos los olvidos y maledicencias sólo queda el amor de lo bien hecho”.
Y exigirles que se asomen de vez en cuando al balcón de la vida para comprobar que cada uno de ellos tiene su propio paisaje, su propio vértigo y, puede que también, su propia altura para el suicidio. Si el hombre no consigue atravesar la anchura de la verdad, ser honesto, mantener los equilibrios, es porque en su casa tiene muchos balcones cerrados y rotos todos los espejos.
Como se está viendo, salir a la calle para un baño de multitudes con tantas, tantas deficiencias, es exponerse a que le lluevan a uno las peores palabras, los más dulces oprobios.
Aunque a veces lo parezca, aquí no somos peronistas.