Salvador Conesa Viloví fue arrebatado a su madre al nacer, una mujer violada por un militar de alto rango. Se ha pasado más de medio siglo removiendo cielo y tierra para encontrar a su familia biológica. Lo ha logrado 65 años después
Esta es una historia dramática que sucede en la España oscura y acallada de los años de mediados del siglo pasado, y eso en parte explica lo que le sucedió a Antonia Melguizo Entrena y a su hijo Salvador. A esta mujer granadina, embarazada tras ser violada, le dijeron que no podría mantener a su hijo y se lo arrebataron al nacer para entregarlo a los servicios sociales en contra de su voluntad.
Nunca volvió a verlo y aquel bebé, al que un juez le puso por nombre y apellidos Salvador Conesa Viloví, tampoco conocería jamás a su madre biológica. Esa decisión separó para siempre los caminos de madre e hijo.
1953. Antonia, madre de cuatro hijos que procedía de una familia pobre, ni siquiera tuvo la oportunidad de aprende a leer y escribir, enviudó pronto y se enfrentaba a la angustiosa dificultad de sacar adelante una familia sin recursos ni medios.
Logró encontrar trabajo como limpiadora en el acuartelamiento de Los Mondragones, de la capital granadina, y allí fue agredida sexualmente por un militar que la dejó embarazada. Lejos de encontrar apoyo ni ayuda, su estado generaba rechazo social y la sospecha en la familia es que el militar agresor la obligó a desplazarse hasta Cataluña para el parto, una maniobra para ‘sacarla’ de Granada y evitar el escándalo, sobre todo en una época en la que un militar tenía mucho poder y las mujeres pocos derechos.
Da a luz en una clínica de Barcelona, donde los servicios sociales le quitaron a su hijo nada más nacer aduciendo que con su pobreza no sería capaz de mantenerlo.
Tres orfanatos
Salvador se pasó los primeros años de su vida en tres orfanatos catalanes. «Allí la vida no era fácil. Había cientos de muchachos sin padres, sin nada, que se enfrentaban como yo a una educación rígida en la que los castigos eran frecuentes, la alimentación era mala y la falta de cariño una constante». En uno de ellos conoció a un buen sacerdote que le encontró una familia de acogida en el pueblo de Ferrerías, en la isla de Menorca. Tenía 10 años y durante un tiempo se lo pasó entre Barcelona, donde residía bajo tutela de los servicios sociales, y su familia de acogida en Menorca, con la que pasaba las vacaciones. «Juan Andreu y Antonia Torrent, mis primeros padres de acogida, siempre me trataron bien.
La vida era muy distinta a la que tenía en el orfanato, era como pasar del infierno a la gloria, incluso en la comida. Cuando acababa las vacaciones y regresaba a Barcelona llegaba con varios kilos más y cuando volvía a la casa era un tallo».
En el mismo pueblo balear una prima de Juan y Antonia propuso acogerlo de forma permanente y así ocurrió cuando tenía 14 años gracias al ‘contrato’ que firman el alcalde, el cura y sus padres de acogida de Ferrerías. Desde ese momento su vida transcurría de forma permanente en Menorca, donde se casó y trabajó en el sector de la construcción.
«Me he sentido muy querido en Baleares. He tenido tres madres y las que me acogieron fueron cariñosas conmigo. La de mi sangre no pude abrazarla nunca y moriré con ese dolor».
Él supo su situación desde el primer momento y sus propios padres ‘adoptivos’ lo animaron desde que era un niño a investigar su origen. Su empeño era difícil, casi imposible porque cuando empezó tenía poco más que la ilusión y la fe en un milagro.
Al principio trataban de disuadirle para que lo dejase y le decían que sus padres biológicos habían muerto y que el resto de su familia lo habían abandonado, pero nunca lo creyó. Había algo en su interior que le animaba a seguir. Hubo dos momentos en los que encontró pistas que le hicieron pensar que podía conseguirlo. Fue cuando tuvo que hacerse el carné de identidad y cuando se casó.
En las dos ocasiones le pidieron el certificado de nacimiento y ahí vio que sus apellidos no coincidían con los que tenía y pudo leer que sus padres «habían muerto y que fue abandonado por su familia».
Ninguna de las dos cosas era cierta. La falta de medios, el analfabetismo, el silencio y el miedo de una época en la que los que no tenían nada no tenían ni voz, hizo que esta mujer no pudiese ni supiese luchar por recuperar al bebé.
En cada intento se encontraba con una Administración inflexible y cerrada. Lo intentó gracias al novio de su hija, quien llegó a escribir en varias ocasiones a la justicia catalana y a la Guardia Civil para denunciar el caso y pedirles la devolución del niño, pero la muerte prematura de este hombre, que era quien tenía todos los detalles de la investigación, dejó a esta mujeres sin saber qué hacer. Muchos años más tarde el propio Salvador encontró estas cartas que nunca tuvieron respuesta en los registros judiciales cuando por fin le permitieron consultarlos.
Encajar un puzzle
Sus dudas eran muchas y acudió, incluso, a un famoso programa de Paco Lobatón que se dedicaba a encontrar personas desaparecidas y facilitar el reencuentro de familiares, pero no tuvo suerte. Después de investigar y buscar y buscar fueron encajando poco a poco, año a año, las piezas de un enorme puzzle. La pista más interesante se la da un hombre que conoce en Salobreña por azar y es él quien le cuenta que es probable que sus orígenes estén en Dúrcal porque los apellidos de su madre son habituales en los vecinos de esa localidad.
Salvador llega a Dúrcal (Granada) cuando tenía 65 años y por el apellido localiza al que sería su hermano mayor, Manuel, que tenía 88 años en ese momento. Cuando describe el primer encuentro con él a Salvador se le hace un nudo en la garganta y no puede reprimir las lágrimas. Necesita una pausa y respirar con profundidad para recobrar las palabras. «Me presenté en su casa. Sentía una sensación de felicidad indescriptible y muchos nervios por cómo sería esa primera vez después de toda una vida. No tenía claro cómo reaccionar y cuando estábamos de frente empecé a decirle que venía de Menorca y que estaba buscando a mi familia… Él me interrumpió, se me acercó y me dijo: Tu eres mi hermano Salvador y dame dos besos como hermanos que somos. Fue emocionante, quizás el mejor momento de mi vida porque era como haber llegado a la meta de un camino muy largo y difícil lleno de piedras, dudas y engaños, pero un camino que me llevó al reencuentro con mis raíces. Nunca perdí la esperanza de conseguirlo, pero hubo momentos muy complicados en los que no sabía hacía dónde ir porque era como buscar una aguja en un pajar».
Padre y abuelo
Ahora tiene 69 años. Su vida ha estado ligada a Menorca, lugar donde se casó con Esperanza, una mujer que ha sido su estímulo y apoyo constante, es padre un hijo y disfruta de dos nietos. En este trayecto se ha encontrado muchos casos como el suyo y a muchos niños que buscaban a sus padres. «La mayoría no lo han conseguido porque las administraciones no facilitaban las cosas y obtener información era un imposible».
Con la felicidad de haber conseguido en parte lo que quería, le llena de tristeza no haber podido conocer a su madre en vida y no haber disfrutado más de sus cuatro hermanos, además de Manuel, Juan, Encarna y José. «He pensado que mi vida podía haber sido diferente y que me han robado parte de esa vida en afectos y abrazos de mi madre y mis hermanos de sangre, pero al menos puedo decir que soy un durqueño de Menorca».
En el Valle se ha comprado una casa y ahora comparte su vida entre la isla balear y Granada. Aquí, en el Ayuntamiento de Dúrcal, ha presentado un libro en el que cuenta su historia, un libro que quiere convertir en un alegato en favor de su madre, y en una llamada a la esperanza para que quien viva una situación como la suya crea que no es imposible reencontrarse con sus raíces.