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Qué va a ser de mis libros

Pedro Jiménez Hervás

Pedro Jiménez Hervás.. Periodista y escritor

Hace algún tiempo me propuse dejar de comprar más libros. ¿Cuánto dinero me habré gastado en libros? No quiero ni pensarlo. Lo único que sé es que jamás he podido evitar la tentación de adquirirlos. Son demasiado seductores. Hoy, tengo mi casa repleta de libros. En el salón, en el pasillo, en las habitaciones, encima de la mesita de noche, en el cuarto de baño… Muchos ya los he leído. Incluso releído. Otros esperan impasibles su turno para poder mostrar su verdadero carácter. Es tanto el tiempo que llevan inmóviles, clasificados por temáticas, que no parece descabellado pensar que pudieran sentirse condenados a morir en el olvido; soportando la llegada de otros libros, o viendo con dolor cómo sus compañeros de balda salen y, pasado un tiempo, regresan al sitio de siempre con la satisfacción de haber mostrado sus secretos, aunque más deslucidos. Menos elegantes y estirados.

Respecto a los que todavía continúan sin ser leídos, tampoco hay que preocuparse. Ellos saben que, en cualquier momento, pueden salir a escena y ser valorados como se merecen. De todas formas, yo, aquel día del que hablo me dije: hasta que no lea los ejemplares que faltan por leer, no me compro otro…

Vana promesa. Siempre termino enredado en la tela de araña invisible que tejen los libros nuevos para que nos fijemos en ellos y nos los llevemos a casa. Aunque sea pagando.

Toda mi vida me la he pasado comprando libros. Desde que leí, siendo un joven adolescente “La Odisea”, de Homero, nunca cejé en el empeño de conquistar libros. Según la época y las posibilidades económicas, claro. Por mis manos fueron desfilando autores como John Kennedy Toole, Lovecraft, Galdós, Gloria Fuertes, Jim Thompson, Dalton Trumbo, Bukowski, Gabriel García Márquez, Dostoievski, Fernando Savater, Miguel Hernández, Cioran, Agota Kristof, Neruda, Domingo Villar, Céline, Thomas Bernhard… Títulos que me recomendaba gente próxima, o los profesores de las diferentes escuelas por las que fui transitando. Libros que conocían personas que yo admiraba, y cuyo interior me hacían soñar, o nos mataba de miedo a los amigos en las noches de acampada. Novelas, ensayos, manifiestos, biografías y poemas que nos animaban a vivir, a comprender el amor, a buscar tesoros, a viajar en trenes, o a volar por las estrellas y hacer la revolución que nunca hicimos. Libros, al fin y al cabo, que nos invitaban a navegar por el ancho mar, nos desvelaban secretos para saborear el mundo, nos inquietaban con las vivencias de sus atormentados protagonistas, o nos enseñaban que el ser humano, por lo general, no es trigo limpio.

Pero yo, cada vez que compro un libro y lo coloco en el sitio que le corresponde por temática, siempre escucho el mismo griterío del resto de ejemplares de la biblioteca y estanterías de la casa: ¿Por qué otro?, ¿para qué tantos? Ya somos demasiados…

Mis libros son los amigos más pacientes que conozco. Saben que algún día, cuando pierda la razón o me vaya para siempre, nadie querrá saber nada de ellos. O a lo mejor, sí. Con suerte, al principio serán respetados por el tiempo que estuvieron dando cobijo a la familia. Pero tarde o temprano dejarán de ser venerados. Ahora, por lo menos, se sienten partícipes de una manera de entender la vida, aun con su buena capa de polvo y todo.

Pero llegará el momento en que se conviertan en un estorbo. Y serán arrinconados en un trastero, en un garaje, en la casa del pueblo, o vendidos al mejor postor. Maldita tecnología. Si es que es ella la culpable. No lo sé.

En ocasiones, algún libro resulta elegido para salir de la estantería y caminar a mi lado, o en la mochila. De inmediato, se entrega dichoso a las caricias que le otorgo. Lo levanto con ternura. Lo toco y le huelo. Abro sus páginas y, ávido de deseo, me introduzco en sus líneas con deleite. Puede que, tras devorar algunas de sus páginas, me enamore de él hasta las trancas, o me aburra y desespere hasta acabar abandonándolo. Pero nada le gusta más a un libro que entregarse. Exhibir poco a poco sus misterios. Ser alzado en volandas. Juntos somos capaces de las mayores hazañas. Nadie los entenderá como quien los posee con ternura.

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