Cristóbal López, conocido como ‘El Toba’, ha aceptado esta mañana una condena de 98 años de prisión. Reconoció haber abusado sexualmente de una decena de niños en la frutería que regentaba en Valdeavero y en su propio domicilio. La mayoría de las víctimas eran amigos de su hijo y se aprovechaba de la confianza de sus familias.
El acuerdo con la fiscalía se produjo tras la decisión del acusado de pactar. Hasta ahora, había rechazado cualquier conformidad. Gracias a este paso, las víctimas han evitado revivir su trauma en un juicio que finalmente no se celebrará. Los afectados, ya adultos, habían expresado su deseo de declarar cara a cara con su agresor, sin biombo. Muchos continúan con tratamiento psicológico por los abusos sufridos durante años.
Durante la vista, los magistrados le pidieron que se quitara la mascarilla que cubría su rostro. López se limitó a aceptar la pena de la fiscal, que ya incluía las acusaciones particulares. Aunque la condena total asciende a 98 años, el máximo de cumplimiento efectivo será de veinte años.
Las familias se mostraron satisfechas y aliviadas tras el reconocimiento de culpabilidad. “Ya le podemos llamar pederasta”, declaró uno de los padres. Nines, abuela de una víctima, añadió: “Es culpable. Es un pederasta y un cerdo con todas sus letras”. Su nieto sufrió episodios de autolesiones, intentos de suicidio e internamientos. Por su parte, el abogado Juan Manuel Medina criticó que durante la instrucción no se recogieran las declaraciones de los menores como prueba preconstituida, según ha publicado Europa Press.
Cristóbal López ya había sido condenado en octubre de 2023 a 19 años por agredir sexualmente a un menor de 15 años en su domicilio. En enero de 2024 fue absuelto de otro caso por corrupción de menores. En este juicio, la fiscalía documentó que los abusos ocurrieron tanto en la frutería KEAI como en su casa.
La investigación de la Guardia Civil determinó que López atraía a los niños ofreciéndoles golosinas y refrescos. Luego abusaba de ellos y les mostraba vídeos pornográficos. También les amenazaba con violencia si contaban lo ocurrido.
El acusado vivía con sus dos hijos y mantenía amistad con los padres de los menores. Esto le permitió acercarse a los niños sin levantar sospechas. Las víctimas desarrollaron ansiedad postraumática, trastornos del sueño y necesitaron tratamiento psicológico prolongado.
La condena de 98 años marca un punto de inflexión para las familias. Reconoce el daño sufrido y da visibilidad a la gravedad de los abusos. Aunque la pena efectiva será de 20 años, la sentencia simboliza justicia y el fin de años de silencio y sufrimiento.