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Votos para el Año Nuevo

Cotillón. | Fuente: Junta de Andalucía / Europa Press.

En nombre de muchos ciudadanos demócratas de España, quisiera pedirle al Año Nuevo, para nuestro querido país de países y para nuestro atribulado mundo, que satisfaga algunos bienes necesarios con los que se puedan afrontar con desenvoltura los desafíos del período anual que comienza ahora. Por encima de todas las demandas, el principal anhelo es el cese de la guerra que inunda de sangre infantil, destrucción y odio la tierra de Palestina.

He aquí mi lista y, aunque sé que no podrán satisfacerse todos los anhelos, confío en que algunos de ellos serán satisfechos. Vaya por delante que, en cuanto a los periodistas, ruego que no incurramos en confundir premeditadamente la información con la opinión publicada, causa de tantas deformaciones en el seno de la opinión colectiva. Igualmente, rogaría que nos persuadiésemos de no mezclar, tan arbitrariamente como solemos hacer, la información política con la política informativa de cada medio. Tampoco habremos de olvidar que la información es un bien social, que pertenece a la sociedad y que el periodista recibe de ella, para organizarla, contrastarla y devolverla a la colectividad de la que emana y a la que pertenece como propietaria social.

Tras este preludio, mi escrito incluye un decálogo de peticiones. En primer lugar, quisiera pedir al Nuevo Año que la crispación desaparezca de la escena política y parlamentaria española. Toda la energía necesaria para gestionar los retos y la complejidad que la vida social y económica exige hoy, se va por el sucio desagüe de unas broncas que no llevan a ninguna parte. Sugeriría a los más inestables y vociferantes de los dirigentes políticos, diputados, senadores, tertulianos y columnistas que abandonen tan inútil empeño y recobren la profesionalidad y el juego limpio.

Mi segundo deseo sería obtener la garantía de que nadie en la arena política, ni en la mediática, vaya a juzgar a los adversarios en función de expectativas de conducta por lo que hicieron sus ancestros o por lo que se presume que harán; tal es el escalón inicial de la casi segura escalada consecutiva que las guerras preventivas desencadenan, tan dañinas para todos como desgraciadamente vemos cada año. Vendría muy requetebién, para despejar presunciones malsanas, que de una vez por todas se derogara aquí la ley de Secretos Oficiales, norma preconstitucional, y que, en una nueva pauta, se incluyan plazos de desclasificación de secretos que, hasta ahora, han sido eternos por ausencia de tales plazos. El secreto malforma la opinión e inunda de inseguridad la percepción de la realidad.

Como tercer voto, solicitaría que aquellos políticos que se muestran más críticos avalen sus juicios con hechos probados o hipótesis razonables, no con suposiciones infundadas, ni mucho menos con insultos que degradan y enfangan la vida política. Más trabajo al servicio del público y menos agresiones serían las pautas deseables. Tampoco vendrá mal que portavoces, comunicadores, magistrados y altos rangos empresariales o deportivos conocieran normas básicas de retórica para hacer inteligible lo que dicen.

La cuarta demanda se refiere a los jueces, con el ruego a los más recalcitrantemente leguleyos para que se convenzan y admitan que la democracia es el lenguaje en el que hemos de entendernos; que no olviden, como suelen hacer, que la soberanía nacional reside en el pueblo representado en el Parlamento y que una aplicación demasiado estricta de las leyes puede devenir en altamente injusta e inhumana.

El quinto voto demanda una llamada a la deportividad para verse trasplantada a la arena política: cuando el adversario acierta con una medida política adecuada y beneficiosa, es de gentes biennacidas reconocer tal acierto, ya que incluso la loa embellece a quien así lo reconoce. Tal gesto humaniza una actividad tan deshumanizada hoy como lo está la política. Estamos deseando ver que nuestros representantes son capaces de reír, hacer reír, mostrarse como personas y competir deportivamente por la mejora de la gestión pública.

En sexto lugar, ruego que durante el año entrante, jefes administrativos estatales, regionales y municipales agilicen las demandas de los ciudadanos relativas a salarios, impuestos y otros servicios cuando acudan a las oficinas desde las que aquellos gestionan. Y, si pueden, que vayan al trabajo ya desayunados.

Como séptima aspiración, sería excelente conseguir que los ciudadanos de a pie respeten el espacio público, expulsen de las prácticas cotidianas el grito, se atengan a observar las pautas de las conversaciones, escuchen a los interlocutores y reparen en que una cosa es el monólogo y otra bien distinta el diálogo, que exige de una atención a lo escuchado que se integra y, con un poco de suerte, mejora lo que uno pensaba decir.

Ya en octavo lugar, podría ser de general aceptación que la gente de a pie recobre las pautas básicas de cortesía a la hora de comportarse en público y en privado. Ceder el paso a cualquier persona, mujeres incluidas, no tiene porqué implicar supremacía o machismo de ningún tipo. Un niño que llora, grita, patalea desaforadamente o molesta al personal, debe ser persuadido convincentemente por quien ejerce su tutela, al que corresponde la responsabilidad de atajar el desafuero.

La novena petición alude a la necesidad de que los demócratas logremos persuadir, a quienes no lo son, de la importancia social que tienen los impuestos con los cuales se costean los imprescindibles servicios educativos, de salud y bienestar públicos. Urge terminar con la delincuencial, que no picaresca, de las facturas en negro, siendo preciso hacer aflorar la denominada economía sumergida para que tribute, cosa que puede llegar a ser una meta de interés crucial para el Estado.

Por último, en décimo lugar, en sintonía con tantos demócratas españoles, pido al titular de la Corona que se avenga a renunciar a la inviolabilidad ante las leyes que la Constitución le otorga, arcaico y antidemocrático regalo constitucional -forzado por circunstancias irrepetibles-, que tantos disgustos nos causó durante el reinado de su padre.

Creo que este u otro muy parecido sería el decálogo que muchos demócratas quisieran desear al año entrante. Ojalá los deseos enunciados se cumplan y, entre todas y todos, admitamos que hay formas distintas y respetables de amar a nuestro país de países, cuya variedad y belleza hace su fuerza, la misma que nos permitiría ser más felices y paladear gozosamente la vida en armonía.

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