Dijo en su día Mario Benedetti que la vida es “el trocito de hazaña que nos toca cumplir”. Parece cierto: siempre ha sido complicado salir adelante. Quien consigue cumplir sus sueños, puede considerarse afortunado. Casi un héroe, por haber participado en esta disparatada incógnita que es la existencia humana.
Según el Instituto Nacional de Estadística. 159.705 niños han nacido en España en el primer semestre de 2022. Cada año, descienden los nacimientos, cifra que está por debajo de los fallecidos. Así, la natalidad en nuestro país vuelve a caer a mínimos históricos.
Puede haber muchas explicaciones para este hecho. Pero resulta innegable que, cada vez cuesta más trabajo caminar erguidos por estos trazados que nadie sabe quién dibuja. Seguimos teniendo la sensación de que vivimos en un lugar infame. Y de que siempre ganan los malos. Sean quienes sean.
No. Ya no tenemos tiempo que dedicar a los niños. Estamos demasiado ocupados sobreviviendo. Consumiendo. Desplazándonos a toda prisa. De un sitio a otro. Todos como rebaño. Al fin y al cabo, para nada. Igual que tantísimos animales del planeta, a los que sólo mueve el hambre. La necesidad de cobijo. La sed.
Pero las personas piensan. Mínimamente. Y no se conforman con dar rienda suelta a sus instintos. Creen que pueden tener más. Acaparar más. Robar más. A algunas les duele pagar impuestos. Otras prefieren engañar a sus congéneres para obtener ventaja. Las hay que hacen negocio con las armas. Con las medicinas. Otras prefieren comprar un bebé contratando temporalmente el vientre de una mujer pobre. En estas últimas fechas, las hay que reivindican su orgullo patrio en mitad de un minuto de silencio. Por haber, existen personas que desconocen la palabra respeto y no tienen inconveniente en insultar, acosar, humillar, maltratar, o matar. Sea a su propia mujer o a los habitantes del país vecino. Sin descartar a los del propio país.
No. No es porque apenas haya trabajos con sueldos dignos, ni posibilidad de pagar la hipoteca de un piso. Cada vez resulta más difícil tener hijos porque estamos cabreados con el mundo. Algo nos dice que, a pesar de nuestras preocupaciones, esto no marcha. Siguen pasando los siglos y no acabamos de entender de qué va el juego. Nada tiene sentido. Estamos cansados. No puede ser que nuestra única misión en el mundo sea la perpetuación de la especie. Primates a veces solidarios, en ocasiones magnánimos, pero por lo general, desalmados. Siempre cayendo en las mismas bajezas.
¡Qué importa a estas alturas el dinero! El dinero nunca ha sido impedimento para acometer las más grandes gestas. Alcanzar en carabela un lejano continente, auxiliar a un desconocido, enamorarse hasta los huesos, escribir un poema, tener una hija, un hijo…
Lo que ocurre es que ya no nos fiamos. Y esta desconfianza por el devenir es muy superior a los deseos de tener descendencia, lo que puede poner nerviosas a algunas poderosas instituciones y naciones, tan acostumbradas a convertir al vulgo en material de derribo ¿Qué futuro nos espera entonces?
Sin niños, desaparecerán los pediatras y las guarderías; los biberones y las cunitas; los cuentos y los payasos, que, por cierto, sólo trabajarán para los adultos, cuyo abatimiento no podrá combatirse con ningún chiste. Respecto a los adultos, cada vez con más intensidad pensarán en la necesidad de llevar una vida distinta. Más completa. Más satisfactoria. ¿Cómo van a tener hijos cuando ellos, a los treinta, o a los cuarenta, no han empezado a vivir siquiera?
Aún así, seguiremos escuchando la rancia letanía de los habituales. Que hace falta mano de obra. Que muchas empresas tienen dificultades en encontrar personal dispuesto a todo a cambio de casi nada. Sin niños, ¿quién va a recoger la fresa dentro de unos años? ¿Quién va a servir menús o a fregar cacharros? ¿Quién va a tirar la red de pesca en las costas atlánticas? Las habitaciones de los hoteles se llenarán de porquería y ya no se cambiarán las sábanas cuando se aposenten nuevos clientes.
En cuanto a los inmigrantes, que nadie se confíe. El hartazgo vital también se apoderará de ellos. De ellas. Las mujeres de los países más castigados por la indiferencia del resto serán las auténticas protagonistas del cambio que nos espera. Y empezarán diciéndole a los hombres, ¿dónde vais? La fiesta se ha acabado. Echaros a un lado. Ahora somos nosotras las que elegimos. Y las cifras de natalidad se reafirmarán ridículas. Completamente insignificantes. Entonces, la humanidad sí que estará en verdadero peligro.