Introducción. Capítulo primero
Hace ya 82 años que Miguel Hernández murió en Alicante, mirando al mar sin verlo, dolido y esperanzado, herido por el rayo que no cesa de la incomprensión y la fatiga oscura de los que no creen sino en sí mismos. ¡Qué terrible verdad la muerte cuando te obligan sin ganas a abrazarla!
De tanto verla venir, a Miguel Hernández no le pudieron cerrar los ojos por la dureza de la mirada. Vicente Aleixandre escribió entonces el poema:
No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.
Después de un trasiego de cárceles y olvidos ancló en Alicante donde quisieron que mejorase un poco hasta conseguir un permiso para que en la cárcel de Valencia lo curaran, pero no hubo tiempo.
Sus últimas palabras fueron: “Josefina, qué desgraciada eres” y “Despedidme del sol y de los trigos”.
Neruda dejó escrito: “Recordarlo, es un deber de España”.
Me dispongo a escribir para Fuentes informadas cinco semblanzas de Miguel Hernández bajo el nombre de Noticias dolorosas. El primer capítulo es esta Introducción que hoy les ofrezco. Los cuatro domingos restantes, un dolor nuevo: Dolor de infancia, dolor de amigos, dolor de esposa, dolor de cárcel y dolor de muerte.
Este hombre, atravesado por el dolor y la aguja de sentirse poeta mal enhebrado de su tiempo, también estuvo atravesado por el dolor a cántaros, a bocanadas, que trae la vida. Su sufrimiento es el que nos va a ocupar, no como una tapadera que atormenta, sino como un hilillo continuo desde el que va a ir sangrando su poesía. Dolor de desengaños que no le destroza, sino que alimenta y purifica su sensibilidad.
Cada persona o personaje ha descrito a Miguel Hernández como lo vio, como lo supo o acaso como lo soñó. Cada alguien nos ha contado del poeta de Orihuela su trayectoria o su figura externa, según el antojo de su imaginación poética… pero yo, que viví la suerte de hablar con Josefina, su mujer, sé que tuvo las espaldas anchas, cenicienta la piel, los ojos verdes y rojizo el pelo de la barba. Vicente Aleixandre escribe en sus Encuentros: “Unos ojos azules, como dos piedras límpidas sobre los que el agua hubiera pasado durante años”.
Josefina Manresa, cuando fue preguntada por María Gracia Ifach, que preparaba una biografía del poeta, quiso describir con precisión el color de los ojos de su esposo y, temerosa de no acertar con la descripción, le envió en la carta una hebra de hilo verde al mismo tiempo que le decía: “Igual que la hebra de hilo que te mando”. Y añade: “Aunque me acuerdo del color que Miguel tenía los ojos, me he alegrado de encontrar un escrito en el que él dice que los tenía verdes… Y dice así: “Te llevo tal, que te llevo bordada sobre mis ojos. Te bordé con una aguja negra, con un hilo de luto, sobre mis ojos verdes”.
Rafael Alberti veía los ojos de Miguel tristes, de caballo perdido oteando, escudriñando vereda segura.