En el capítulo de hoy el autor nos invita a no olvidar nunca los pasos de Dios en la relación con sus hijos, en los que encontramos la huella de su amorosa generosidad como padre. Con ellos nos predestina para hacernos visibles, nos llama, nos ve con sus ojos de mirar por dentro y nos justifica con su amor. Obviando nuestros defectos, nos regala la eternidad.