PEPA MERLO
”Ala [sic] ahí lo lleváis. No, si te parece se la van a volver a jugar. Para que venga otra lista y diga que la [sic] ha hecho algo. Tenéis [sic] lo que habéis pedido, a disfrutar [emoticono con carita muerta de la risa]; “Bueno es mejor no arriesgarse hacer acusado de tocar a una jugadora indebidamente aunque pues también es cierto que podrían poner a mujeres de la directiva a colocar las medallas [sic, sic, sic, toda la frase sic]”, etc, etc, etc.
Las jugadoras del Barça ganaban la Copa de la Reina y tenían que ir colocándose las medallas unas a otras. También tuvieron que hacerlo los ganadores de la Copa del Rey. Pero antes de que la RFEF justifique un gesto, que al fin no es más que un gesto cutre por parte de la Federación, diciendo que se trata de un protocolo aplicado a todos por las exigencias de los tiempos televisivos, las redes se llenaban de comentarios machistas que iban más allá de una cuestión de falta de estilo de la RFEF, para aprovecharse y atacar al fútbol femenino, para despreciar un deporte que parece válido únicamente si lo juegan hombres. Porque cualquier excusa es buena para arremeter contra la mujer, que al fin se trata de arremeter contra los logros sociales que desprecia el cobarde. Hacer las gracietas de confundir a sabiendas un abrazo de felicitación con sobeteos, morreos y tocamiento de partes pudientes es despreciable.
No les gusta el juego, de otro modo querrían ver juego sin importarles quien golpee el balón. Ahora cualquier cosa es válida para cargar contra las jugadoras. Y los comentarios son muy significativos. Aunque el modo de expresarse nos lleve a pensar que no hay que darles importancia, que el mal uso del lenguaje desautoriza cualquier opinión, cuidado, porque como bien decía Sócrates: “El mal uso del lenguaje induce el mal en el alma”. No son dos o tres, son los miles que llenan estadios gritando “mono” y “muérete” a un jugador por el color de su piel, los mismos que cuelgan figuras de presidentes para apalearlos y lo apalearían si los tiempos fueran otros. Son reflejo de esa sociedad rémora para un país, alentados de manera directa por unos grupos políticos, de manera indirecta, por otros, con la esperanza de que los perros adiestrados les limpien el camino. Son el resultado de una sociedad educada a conciencia en el mal uso del lenguaje, es decir, en un analfabetismo supino, de la que no puede esperarse más que ese mal en el alma al que aludía el sofista griego, el desprecio hacia el otro y el otro, en un momento dado, es cualquiera que no sea uno mismo, más allá de raza, género, nacionalidad, religión, etc. La historia reciente nos ha dado muestras de esto, la historia contemporánea nos lo evidencia a golpe de genocidio, en un abrir y cerrar de ojos, atentados, asesinatos, torturas…, alentadas, fomentadas, consentidas por mor de intereses oscuros.
Es un logro que Laporta ya sepa quiénes son las jugadoras del equipo femenino (recuerden aquel episodio en el que le preguntaban por refuerzos como Pereira, Asisat Oshoala o Ouhabi y no sabía que eran parte de la plantilla del equipo femenino del Barça), por mucho que no le satisfaga tanto sus victorias como lo harían las de los chicos. Es de aplaudir que, Aleksander Ceferín, el presidente de la UEFA, se persone en la entrega de las medallas de las campeonas de la Champions League en un palco de autoridades mucho más vacío de lo que estará, doy por hecho, el día que se dispute la final de la Champions League masculina, a pesar de que Wembley queda más lejos que San Mamés. Ya se vio en el palco de Sevilla de la final de la Copa del Rey, donde no cabía ni un alfiler, frente al palco de La Romareda en Zaragoza, sin tanta estrella política. En el primer programa del magazín futbolero televisivo de moda, justo después de la victoria de las chicas, ellas brillaron por su ausencia. Gestos que otorgan importancia a unos sobre otras y que no ayudan en la educación ciudadana. Esa ciudadanía culé a la que nada ni nadie le hubiera impedido perderse una final de Champions de los jugadores, pero a quienes no les importó perderse la final de las jugadoras; chapó, sin embargo, para las ochenta mil personas que llenaron San Mamés.
Estamos ante una generación de deportistas de verdadera élite, pues más allá de los logros deportivos están educando en cada partido, venciendo pacientes con cada prueba un doble obstáculo, el deportivo y el social. Y sin embargo, parece que estuviera permitido humillarlas por haber cometido el crimen de querer ser, además de mujeres, deportistas: “El entrenador trajo a un cura al vestuario para que bendijese las camisetas y cambiásemos nuestra orientación sexual”, “yo sabía que no me podía quedar embarazada”, “se entregaban las medallas a los hombres cuando no habíamos acabado nuestra carrera”, “a los chicos les llevaban concentrados a un hotel, a nosotras a una pensión”, “estáis locas, ¿de qué os quejáis?”, “es que no generáis lo suficiente”.
Enhorabuena a esta generación de mujeres que contra viento y marea solventa todos los impedimentos porque creen en la verdad de su esfuerzo, en la justicia de su recompensa, congratulación a quienes creen en sí mismas, porque, parafraseando a Miguel de Unamuno, “el que tiene fe en sí mismo, no necesita que los demás crean en él”, y a la postre pone a cada cual en su sitio. Los partidos son los mismos, los mismos tiempos, iguales campos, mismas distancias a recorrer…, y al Barça son las chicas las que este año le han aportado victorias, alegrías y probablemente algunos lucros económicos.