JOSÉ Mª COTARELO ASTURIAS
No les trae cuenta ni a ellos, ni a sus hijos, mientras se ven abocados al fracaso
Volvieron de nuevo con sus tractores y su sudor a enarbolar la bandera de la razón y la de la justicia. Llegaron de todas partes de España y en muchos otros países a pedir que se les escuche, que se les oiga desde los altos púlpitos donde oran et no laboran los padres de las patrias distintas.
Traen en sus bolsillos poco pan y mucho vacío y en sus cansados brazos se nota la fatiga. En sus pechos arde el dolor al sentir que la cadena siempre se rompe por el eslabón más débil. Están hartos de ver que una simple bolsa de plástico cuesta más de lo que a ellos les pagan por un kilogramo de sus frutos. En algunas cafeterías, el vaso vacío para llevarse el zumo de naranja, que además acabará contaminando la tierra o los mares, vale 35 céntimos, el doble, o a veces el triple de lo que se les paga por las mismas naranjas a los campesinos.
Están hartos de noches de desvelo, de las heladas, inundaciones, del sol de mediodía y de callos en las manos. Pero lo que más les duele, corazón adentro, es ver el futuro y el campo baldíos y regar con llanto la tierra estéril, rebuscar entre la gleba, la muerta semilla, mientras se arrodillan e imploran al sordo cielo ya plomizo.
No les trae cuenta ni a ellos, ni a sus hijos, mientras se ven abocados al fracaso, a dejar en barbecho las tierras de sus padres, de sus abuelos, de siglos de siembra y de capotear las sequías o el pedrisco.
Las extrañas normas que no entienden, hechas por tecnócratas de asfalto y ropa limpia en despachos lejísimos de la tierra que cultivan, los pocos márgenes de beneficio, cuando no a pérdida y los muchos requisitos a cumplir, los han puesto en pie de guerra; a ellos, los humildes, los pegados a la madre tierra de donde sale el sustento que mantiene en pie a pobres y ricos. Esos pacíficos campesinos y ganaderos que guardaron la horca y la guadaña, la hoz, el yugo y el arado y se modernizaron para ser más productivos, a costa de pagar letras toda su vida. Ahora vienen con sus tractores a gritarnos que ya no aguantan, que están hasta el arco de triunfo de falsas promesas, de palabras vacías.
Ellos no quieren subvenciones, sólo quieren trabajar y vivir de su tierra, de su campo, de sus productos. Quieren leyes que garanticen los costes y que la profesión tenga relevo y futuro, ante la inminente jubilación de más de la mitad de trabajadores agrarios.
Piden que a otros países se les reclamen los estándares de producción que a ellos se les exigen, que se acabe con la competencia desleal, que se revisen los fitosanitarios prohibidos, que en los estantes de los supermercados no vean sus productos hasta un 400% más caros de lo que a ellos les pagan. Nos recuerdan que con las cosas de comer no se juega, que puede que una vez en la vida necesitemos a un abogado, un médico, un arquitecto, pero que tres veces al día necesitamos a uno de los suyos. Rueda por las redes un poema de autor desconocido que dice: “Bajo un sombrero de paja/ y con un sol de cuarenta/ José repasa con los dedos/ y no le salen las cuentas”. Y uno inevitablemente recuerda la canción de Sabina, porque a estas gentes “para decir “con Dios”, les sobran los motivos”.
Como el colibrí que trataba de apagar el fuego del bosque con las gotas de agua que portaba en su pico, he hecho mi parte, y por eso hoy, yo me voy con ellos, a llorar entre los míos.