La empatía en tiempos de ideologías

3 de octubre de 2025
3 minutos de lectura

¿De qué se escribe, qué se deja de lado?

Hoy me pregunto: ¿cómo se escribe en un mundo que se quiebra? ¿De qué se escribe y, por ende, qué se deja de lado? Son inmensurables los casos, exorbitante la violencia. En México, se exhibe la inagotable corrupción; el resultado de la negligencia en Iztapalapa y la incapacidad del sistema de salud para responder; los conflictos armados en todo el país. Un tiroteo escolar en Colorado y el asesinato de un referente del republicanismo. El bombardeo en Qatar, mientras el genocidio en Gaza deja miles de muertos y la guerra en Ucrania no cesa; el colapso del gobierno francés; las protestas en Nepal; el cambio climático, y la epidemia de depresión y suicidio. A pesar de que puedan parecer casos aislados, distantes tanto espacial como temáticamente entre sí, hay ejes rectores transversales que merecen reflexión.

En redes sociales se discute sobre los límites de la empatía. El ser humano no está fabricado para los niveles de estrés a los que estamos sometidos. El conocimiento de hechos atroces, que hace tiempo se reducía a los sucesos locales, devino global. En la era de la hiperconectividad aumenta el agotamiento moral. Nos encontramos constantemente vulnerables en tiempos de asfixia. ¿Es posible seguir siendo éticamente sensibles sin colapsar? Mi respuesta es sí, con altos costos, pero no puede ser de otra manera. La empatía y el disgusto no son bienes escasos. La violencia es tal que contamina incluso el falso dilema sobre qué dolores merecen más o menos atención. La empatía —tan simple y tan difícil— podría seguir siendo nuestra luz mínima.

Otra clave de esta situación global es la imposición violenta de una nueva religión política: la hiperideologización. Frente a tanto dolor y a más preguntas que respuestas, no hay lugar para la duda, el matiz o el escepticismo. Cabe destacar que la ideología es importante, para Althusser, representa la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones de existencia. Preciso que aquí hablo de la ideología como totalización del sentido, como código moral cerrado. Aquella que transforma la pertenencia en dogma y el disenso en traición. La que suplanta al poder como tema central de la política, disuelve la comunidad y rechaza la humanidad. Así, perdemos de vista que el poder opera mediante la interiorización, como autogobierno que impone con violencia simbólica un régimen moral contradictorio. La ideología tiene su función, pero debe, a su vez, tener límites.

De ahí brota un rechazo al pensamiento crítico que termina replicando lo que pretende combatir. Nuevamente, en redes se habla sobre el combate frontal al fascismo, el cual no se logra mediante el diálogo. Sin embargo, las tácticas calcan la retórica criticada: hiperideologización y rechazo de la empatía, punitivismo, negación del principio de proporcionalidad, la censura del disenso y la construcción de un enemigo común erigido en las “diferencias”. Como ejemplo de ello, la reacción “de emergencia” a cada tragedia suele ser penal: aumentar delitos, ampliar catálogos de prisión automática, subir penas sin evaluar resultados. Ese reflejo promete orden inmediato, pero empobrece derechos, normaliza la vigilancia y generaliza la sospecha. En paralelo, los linchamientos digitales convierten el desacuerdo en herejía; se castiga a personas antes que ideas. Reincidimos en lógicas autoritarias que no buscan comprender ni reparar, sólo neutralizar. “Sólo queda fascismo”, dice Silvestri, y me pregunto, ¿es así?

¿Y qué hacemos con la impotencia y la falta de agencia? Escribe Sontag, “ser espectador de calamidades lejanas es una experiencia moderna por excelencia; la compasión, si no se traduce en acción, se marchita”. Ante la angustia, se les promete a los jóvenes un futuro distinto, el cual queda en eslogan cuando la incertidumbre sustituye al proyecto, la impotencia se opone a la empatía y la ideología se presenta sagazmente como única vía para desmantelar las estructuras que sofocan el quehacer individual. Concedámosles, en cambio, presente. Incluso en un mundo sin sentido se puede actuar con dignidad. Abramos espacios de atención y empatía, maticemos la ideología y hagamos política distinta.

*Por su interés reproducimos este artículo de Marcela Vázquez Garza publicado en Excelsior.

No olvides...

El lenguaje y el grito

Son los emojis un instrumento del lenguaje tan válido e importante para algunas personas como el alfabeto mismo para la…

¿Puede Trump detener a Putin?

Entre la diplomacia fallida y la amenaza de conflicto, Trump podría ser la última carta para evitar una escalada con…

Sociedad y escándalo

El navegante de las redes se conduce con otros, a los que no conoce, sin respeto, con prepotencia y con…

Un martes pintado para pasar a la historia

Hay momentos pintados para pasar a la historia. El retiro de los representantes de la mayoría de países cuando Netanyahu…