En una celda oscura, en tiempos de represión, dos hombres encuentran refugio en un gesto simple: un beso. Cuarenta años después de su estreno, El beso de la mujer araña regresa al cine, y lo hace con una fuerza renovada. Jennifer López, junto a Diego Luna y Tonatuih, revive esta historia marcada por la censura y la valentía.
La obra de Manuel Puig, prohibida en los años setenta por hablar de política y homosexualidad, vuelve a resonar en un mundo que sigue lidiando con los mismos miedos. López lo sabe y lo dice sin rodeos: “La comunidad latina y queer está siendo atacada. Este proyecto es también una respuesta”.
El beso, ese pequeño acto íntimo, se convierte otra vez en un símbolo de resistencia. No es solo un gesto romántico. Es una forma de mirar al poder y decirle: no puedes controlar lo que somos, según apunta Excelsior.
Jennifer López no interpreta un papel más. Asume un riesgo. En una industria que suele evitar lo político, ella se sumerge en una historia que habla de represión, deseo y dignidad. “El arte no tiene sentido si no incomoda al poder”, dice la actriz en entrevistas recientes. Y esa frase parece condensar todo el espíritu de la película.
Diego Luna aporta una mirada contenida, mientras que Tonatuih da cuerpo a la ternura y la rabia de un personaje que busca sobrevivir sin traicionarse. La química entre ellos construye una tensión emocional que atraviesa la pantalla.
El beso no es gratuito ni decorativo. Es una pregunta lanzada al espectador: ¿qué pasa cuando el amor desafía las normas impuestas? La película no ofrece respuestas fáciles. Tampoco pretende agradar.
En una época en la que los discursos de odio resurgen con fuerza, El beso de la mujer araña se siente urgente. Es un recordatorio de que el arte puede ser incómodo, pero también necesario. López y Luna logran algo poco común: convertir una historia del pasado en una reflexión sobre el presente.
Ese beso, tan breve y tan cargado de significado, vuelve a incomodar. Y en ese gesto, tal vez, está su mayor poder.