La costumbre dice que las personas nos vestimos según nuestra forma de pensar. Que la imagen que mostramos es nuestra carta de presentación en sociedad. La camisa hawaiana de hombre es una prenda desinhibida que te relaciona con la playa, el surf y la alegría de vivir. El traje con corbata y calzado elegante es, en principio, sinónimo de hombre formal y responsable, con cierto talento para los negocios. Luego, si llevas los zapatos sucios, la cosa cambia, y el elevado estatus social que pretendes proclamar se viene abajo como un castillo de naipes, transformándote, sin remedio, en un mindundi.
Las mujeres que lucen vaqueros negros rasgados, botas camperas y chaquetas de cuero se identifican con el rock and roll, caminan seguras por el asfalto que pisan, son intrépidas y decididas.
La nieta del rey emérito, Victoria Federica de Marichalar y Borbón, es otro referente de glamour e imagen sofisticada. Sus peinados y estilismos la han situado en una posición única para configurarse como una de las solteras más codiciadas por los jóvenes cachorros de buena sociedad.
Más. Los cirujanos visten de verde porque es un color que neutraliza el brillo de la sangre roja durante las operaciones. Los trajes de bombero están diseñados para resistir la abrasión.
En fin, que, por regla general, la vestimenta es una prolongación de nuestra existencia. Según la ropa que llevemos, así actuaremos en consecuencia.
Sin embargo, hay seres que visten de una forma y se comportan de otra. Son los llamados impostores. Auténticos farsantes que lucen una imagen, cuando en realidad, se identifican con otra forma de ser y de actuar. Más sibilina. Más perversa…
Son mayoría los políticos que visten como la sociedad a la que representan. A veces, se entremezclan con los ciudadanos, defienden el Estado de Derecho y hablan del peligro del populismo o del sueño de vivir en un país más libre y seguro. De todo este colectivo, todavía quedan cargos públicos cuya única intención es traicionar al pueblo que les vota, ganar mucho dinero y mantener protegidos y satisfechos a los de su clan.
Hay periodistas con ropa de personas honestas. Incluso presumen de chaleco verde multibolsillos de reportero, tirantes, o bloc de notas moleskine. En el fondo, lo que les define es el miedo a perder lo poco que tienen y la obsesión por manipular y tergiversar la realidad para adecuarla a los deseos de quien les paga.
Hay personas que, no contentas con trabajar en farmacéuticas, multinacionales de la especulación, o universidades y escuelas de negocios, terminan recalando en una empresa de fabricación de armamento, o en el sector sanitario privado. Lucen vestidos clásicos, aunque de colores vivos, o camisa y corbata, sin chaqueta, para darse un aire más desenvuelto. Pero su deseo manifiesto es vender más bombas de racimo, o rentabilizar la salud. Obtener beneficio de la muerte en combate, o del tratamiento de las enfermedades más leves, para dejar al Gobierno el traslado a su hogar de los cadáveres de guerra, o a la sanidad pública la atención de los enfermos con las patologías más graves y duraderas.
Por haber, hay gobernantes que aseguran que el propósito de su actuación es llevar la democracia y los derechos humanos a otros países. Por eso intervienen militarmente en Siria, Irak, Libia o Afganistán (ayudados por otros países aliados). El resultado es un completo desastre. En Libia el problema era Gadafi. Por eso no hubo inconveniente en que fuera linchado y asesinado por una turba que lo sacó a golpes de su escondite para después torturarle hasta la muerte. Años después, el panorama social y administrativo en Libia está desquiciado. Con dos gobiernos paralelos dotados de sus respectivas milicias, que no paran de combatir y cometer atentados en una escalada criminal sin fin. Respecto a Afganistán, qué vamos a decir. Todas las promesas incumplidas. Los talibanes han normalizado los crímenes de guerra, los abusos y violaciones humanitarias, el retroceso de las libertades y los derechos de las mujeres, que se han visto obligadas a cubrirse el rostro en público con el burka.
¿Qué fue de las grandes palabras? ¿De las nobles promesas? Cuidado. Los farsantes conspiran a la vuelta de la esquina. Dicen una cosa y hacen otra. Visten de una forma, pero sus intenciones son otras. Nada les importa salvo su estricto interés. Puede que nosotros mismos seamos unos impostores. Nuestros uniformes son solo una excusa para salvar el pellejo.