RAFAEL FRAGUAS
La muerte de toda persona demanda un inicial tregua de respeto hacia ella. Sin embargo, hay casos en los que si la persona difunta ha inducido, por acción u omisión, la muerte de muchas otras gentes, pasa entonces a ser directamente enjuiciada a manos de los deudos de sus víctimas. Es el caso de Heinz Alfred Henry Kissinger, nacido en la localidad alemana de Fürth, Weimar, en 1923 y muerto el miércoles 29 de noviembre de 2023 en Kent, Connecticut, a la edad de 100 años.
Miembro de una familia judía ortodoxa, con ella huyó de Alemania para escapar del nazismo. Con 15 años se estableció en Nueva York, donde comenzó a trabajar en una empresa de brochas de afeitar, mientras estudiaba por las noches. Su padre quiso que se hiciera contable; pero, al ser reclutado durante la Segunda Guerra Mundial, conoció en el Ejército a su instructor y futuro mentor, Fritz Kraemer, judío alemán como él.
Fue Kraemer quien le interesó por la política internacional y, señaladamente, por la Geopolítica, ciencia que vincula el poder político con el espacio, en sentido amplio, y por la Geoestrategia, disciplina que analiza la conducta de las Grandes Potencias. A ambas ciencias quiso dedicarse el joven Heinz Alfred devenido en Henry.
Fritz Kraemer sería uno de los padres del movimiento neoconservador estadounidense y asesor militar de diez presidentes estadounidenses. Alentó a su pupilo a estudiar Ciencias Políticas en la elitista Universidad de Harvard, donde Henry Kissinger crearía una revista y un seminario sobre asuntos internacionales desde los cuales comenzó a relacionarse y contactar con personas vinculadas a ese universo: diplomáticos, banqueros, senadores, militares…
Rápidamente, como solía proceder siempre, relacionó la política exterior de Estados Unidos con el arsenal nuclear que dotaba a su país de adopción de la fuerza omnímoda que tan siniestro ajuar, ya empleado con efectos genocidas en Hiroshima y Nagasaki, le procuraba. Desde entonces, su estrella académica no dejó de iluminar su camino hacia las altas estancias de la diplomacia norteamericana: eso sí, desde posiciones belicistas, con las que aleccionaba al presidente Dwight Ike Eisenhower, ya en 1957, a emplear armas nucleares en guerras convencionales, como ha escrito el especialista Lucas Proto en El confidencial.
Secretario de Estado con Richard Nixon, asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger avaló, cuando no promovió, todas las acciones militares y políticas que emprendió el presidente que sería destronado en impechment parlamentario por mentir y espiar al partido rival en el hotel Watergate, espionaje dirigido por agentes cubanos anticastristas.
Al muñidor de la política exterior y de la seguridad nacional norteamericanas, Kissinger, se le atribuyen sonados fracasos diplomáticos, más la inducción de golpes de Estado como el que derrocó sangrientamente a Salvador Allende, así como el apoyo a las sangrientas dictaduras militares suramericanas, o el que rubricó el origen del declinar militar estadounidense, con repercusiones geopolíticas y geoestratégicas: fue clamorosa su impericia diplomática durante la guerra de Vietnam, en la que pretendía negociar con los dirigentes comunistas del Norte mientras los bombarderos de las USAF no cesaban de arreciar en su cosecha de muerte.
Corresponsable de los bombardeos genocidas sobre numerosos poblados de Laos y Camboya y durante la contienda vietnamita, la amenaza de hecatombe nuclear, tan cara entre las recetas Kissinger de sus primeros años, planeó de su mano sobre el futuro de la Humanidad. Fracasó a la hora de conseguir que Vietnam del Norte se aliara con Pekín frente a Moscú, si bien su gran éxito diplomático consistió en acentuar el enfrentamiento entre la URSS y China comunista, mediante la visita que Richard Nixon realizó a la capital china en 1972, en una gestión preparada un año antes por su canciller.
Sombras sobre su entrevista con Carrero
Capítulo aparte merece su relación con España: debe saberse que pocos días antes del asesinato a manos de ETA del almirante Luis Carrero Blanco, entonces presidente del Gobierno español, Henry Kissinger se entrevistó con él. Distintos testimonios, incluso familiares, señalan que el encuentro resultó muy áspero ya que Carrero Blanco, aleccionado presumiblemente por el expresidente francés Charles De Gaulle durante su visita a España del verano de 1970, defendía que nuestro país tenía derecho a dotarse de la bomba atómica, cosa que Washington no toleraba: tan solo admitía que España fabricara componentes para los submarinos nucleares estadounidenses y poco más.
El caso es que aquel 19 de diciembre de 1973, Kissinger, supuestamente con cajas destempladas, abandonó España para irse, sorprendentemente, a un safari por África de un mes largo de duración. Apenas unas horas después de su partida, el 20 de diciembre de aquel mismo año, Luis Carrero Blanco y sus escoltas saltaban por los aires hasta treinta metros de altura y su vehículo, un Dodge Dart, caía abatido sobre un repecho del claustro del contiguo templo jesuítico de San Francisco de Borja, situado en la calle de Serrano, justo enfrente de la Embajada de los Estados Unidos: el país del que Kissinger era Secretario de Estado, es decir, equivalente a ministro de Asuntos Exteriores, responsable de la política exterior de Washington.
Militares españoles han dudado y dudan aún de la versión dada por ETA y por las fuentes oficiales españolas al respecto del explosivo empleado, ya que barajan la hipótesis según la cual consideran que procedía de un tipo de mina de guerra dotada de un enorme poder capaz de levantar treinta metros las toneladas de un pesado automóvil, carga explosiva de la que no había constancia en arsenales españoles ni entre traficantes de armas que operaban en España: bien podía proceder, según su hipotética conjetura, de la entonces base aérea de utilización conjunta hispano-norteamericana de Torrejón de Ardoz, a veinte kilómetros de Madrid.
Una lectura política de aquella entrevista de Kissinger con el entonces presidente del Gobierno español, señala que el diplomático norteamericano intentó convencer a Carrero Blanco de que la continuidad del franquismo, tras la muerte del dictador, en caso de ser asumida por el almirante cántabro, carente del ascendiente y del poder de Franco, implicaría una radicalización de la transición política en ciernes que otorgaría a la izquierda comunista la hegemonía del tránsito político que se avecinaba.
Tal supuesto era considerado aterrador por la Casa Blanca, muy inquieta ya por el deterioro de la dictadura en Portugal, país vecino de España e inserto en la OTAN, al frente de la cual figuraba Marcelo Caetano, sucesor de Antonio de Oliveira Salazar estrecho aliado de Franco, mentor éste de Carrero. Según esta hipótesis interpretativa, que la ley de Secretos Oficiales promulgada en tiempos de Franco y aún vigente impide contrastar, la negativa de Kissinger invitaba a Carrero a marcharse y dar paso al plan preconcebido en Washington para atajar una supuesta comunistización española en plena Guerra Fría y en la zona de influencia norteamericana.
Kissinger, con su conducta política, perpetuó el desdén de miles de españoles hacia la política exterior estadounidense, desdén históricamente cebado, para la derecha, por el despojo del imperio español a manos estadounidenses en 1898 y para la izquierda, por el abrazo dado al dictador Francisco Franco por Ike Eisenhower en su visita a Madrid en 1959, pese a los nexos entre el régimen franquista con los regímenes totalitarios de Adolfo Hitler y Benito Mussolini, que regaron de sangre americana los campos de Europa.
Además, la juventud progresista española de la época, se mostró horrorizada por todo lo concerniente a la política, la diplomacia y la guerra desplegadas por Washington en Vietnam, así como por los golpes de Estado protagonizados por espadones aliados alentados o urdidos por la Casa Blanca en toda Iberoamérica, señaladamente el ejecutado en Chile, con ayuda de la multinacional estadounidense ITT. Así derrocó al presidente constitucional socialista Salvador Allende y entronizó al sanguinario Augusto Pinochet en la cúspide del poder del país andino, para atajar el socialismo democrático e implantar allí, por la fuerza de las bayonetas, el modelo neoliberal fraguado por los economistas de Chicago pastoreados por Milton Friedman.
Henry Kissinger convirtió posteriormente su experiencia política mundial como áulico funcionario público, en negocio privado de asesoría, con remuneraciones millonarias. Premio Nobel de la Paz por saldar en París la guerra vietnamita, si ahora descasa en paz, el mundo tiene poderosas razones para descansar asimismo pacíficamente, siquiera de manera simbólica; y ello por haber sido el difunto, pese a sus méritos académicos, sus numerosos aduladores, libros y galardones, mentor de tantas guerras, tanta destrucción y tanto sufrimiento. Fue un halcón que siempre voló muy alto. Sus víctimas, tampoco le olvidarán.