Empleo la X y la Z del título porque va siendo frecuente leer o escuchar la referencia a las últimas generaciones tirando de alfabeto.
Por edad, me toca la X, es decir, la de los nacidos, aproximadamente y sin ponernos tiquismiquis, entre 1965 y 1980. Por cuestión personal -maternidad- y profesional -docencia-, la mayor parte de mi tiempo, y desde hace años, estoy rodeada de “centenials”, los Z, es decir, los nacidos, más o menos, entre 1995 y 2010. A ellos se dedican estas líneas.
De los Z se ha dicho de todo y, básicamente, poco favorable. Lo resumo en este recopilatorio proveniente de diversas fuentes: “están todo el día con las pantallitas -con diminutivo, que así se enfatiza el matiz negativo-; pasan de todo y van solo a lo suyo; no les importa su futuro y viven al día; no colaboran en casa; no tienen educación, consideración ni valores; son demasiado blandos; no leen, no saben hablar y no entienden nada; además, les gustan series, películas y canciones horribles”; y podemos seguir y seguir, pero como muestra, es un inicio.
¿Y quiénes parece que proferimos tales lisonjas? Sin ánimo de generalizar, que es injusto y osado, desde algunos “millenials” hacia atrás en el tiempo. Es decir, estaríamos incluidos muchos de diferentes generaciones que se inician alrededor de: 1925 (la generación silenciosa); 1946 (la del “baby boom” o “boomers”); 1965 (la “X”) y sobre 1981 (la “Y” o la de los “millenials”); estos últimos son menos críticos porque en las fronteras como estas, hay Z que son más Y, e Y que son más Z.
Por mi parte, como comentaba, me veo felizmente rodeada por jóvenes Z y lo siento como un privilegio. Claro que he tenido mi tránsito, desde ver mayoría de sombras a mayoría de luz. En ese camino mental han influido lecturas, escuchas y observación directa al tratar con ellos.
Pues bien, hace poco vi en el cine “La sirenita” (2023, dirigida por Rob Marshall). En un momento, la sirenita, que había discutido con su padre, se decía: “no soy como él; no veo las cosas como él”. Y pensé que tenía razón. Alguien que comienza a forjar su personalidad desea mostrarla y no vivir conforme a la de los demás.
A los jóvenes les pedimos que sean independientes, que se informen, que miren con sus propios ojos al mundo al tomar sus decisiones y, en definitiva, ¡que sean ellos mismos! Pues, lo son, guste o no. De hecho, las nuevas generaciones no suelen gustar a sus predecesoras. Mi propia abuela paterna y durante mi infancia, alguna que otra vez me miraba fijamente mientras lanzaba una especie de profecía del inevitable desastre generacional que se precipitaba y auguraba: “Nosotros, mal, nuestros hijos, peor, y vosotros, el remate”. Aunque lo recuerdo con afecto porque venía de ella, la perspectiva era poco esperanzadora. Hoy veo que se repite constantemente en personas de mi generación cuando hablan de los Z al modo de mi abuela, con resignación y críticas, sin apreciar, en muchas ocasiones, sus bondades.
En cuanto a mi visión, y yendo de lo general a lo particular, creo que quien esté bien familiarizado con esta generación, sabe que sí, que tienen sus aspectos negativos, y algunos están relacionados con los que recogía antes a modo de crítica. Pero todos los tenemos, y más a determinadas edades. No obstante, nuestros Z se preocupan, al igual que el resto de las generaciones, por ciertas cuestiones tales como el medio ambiente, la subida de los precios, el empleo, la posibilidad de independizarse o de comprar una vivienda.
Ahora voy a incidir en lo que, a mi juicio y, en general, considero que les caracteriza positivamente. Pienso, en concreto, en rasgos comunes de mis grupos de alumnos de este curso: poseen un sentido natural de lo que es justo; no les agrada que les impongan juicios ni estereotipos; son bastante adaptables y con escaso apego, si se comparan con otros mayores que ellos; se esfuerzan y buscan motivarse; manejan internet y los dispositivos con tanta soltura que envidiamos la manera en que gestionan casi cualquier tema desde ellos; además, buscan innovar y les gusta hallar nuevas formas de hacer tareas.
Después de estas características generales y ya en particular, voy a concretar las características. Personalizo en dos jóvenes Z, Olga y Vera, y me centro, de nuevo, en lo positivo. Son dos jóvenes con muchas ganas de aprender, inconformistas, solidarias, empáticas, con múltiples intereses, afectuosas, adaptables, sin temor a los cambios y con esperanza en un futuro en el que lucharán por la calidad, más que por la cantidad, de aquello a lo que dediquen su tiempo.
La mayor, Olga, se acaba de graduar en Ciencias Físicas. Ha ido compaginando estos estudios con los de Matemáticas, con los que continúa. En este último año, además, ha seguido con sus clases de música, idiomas y teatro en la universidad, pero también con su participación semanal en un voluntariado en el que ha ayudado a otros jóvenes de diversas edades con problemas en los estudios y con unas circunstancias vitales nada fáciles. Además, es una persona sencilla y profundamente humana.
Ahora me pueden decir que he tenido mucha suerte de conocer a tantos jóvenes como ellos, o que soy una optimista, y tendrán razón. Pero, esta fortuna o este optimismo no quitan un ápice de valor a quienes he hallado, y no solo este año, sino desde hace unos cuantos. Son nuestros Z. Por distintos que sean, están ahí y, tal vez, no les sabemos apreciar en lo que más valen, que es mucho.
La sirenita tiene razón. No les podemos juzgar negativamente porque no vean la vida con nuestros ojos, que solo son nuestros y en nuestras circunstancias -Ortega también tiene razón-. Cada generación tiene su enfoque vital, personal, y el nuestro no debe pretender ser faro ni medida del de los demás. Hay que alejar esa especie de mirada por encima del hombro, ese elitismo generacional.
Decía el escritor alemán Goethe que solo hay dos legados duraderos que deberíamos dar a nuestros hijos. Uno son las raíces y el otro, las alas. Así es. Ya les dimos raíces. Ahora nos toca dejar que vuelen en su personal travesía y siempre podemos acompañarlos con cariño y comprensión. De este modo, habremos fortalecido tanto sus alas como sus raíces y, posiblemente, las nuestras.
Con afecto a los Z.