Cuando un pueblo saca su viejísima opinión del pecho para hacerla cante, baile o poema, ese pueblo se llama Andalucía. Cuando un pueblo abre sus ventanas y ve rodar los siglos por la calle y nunca se acostumbra a la emoción del mar o los olivos, y no duerme del todo hasta saber si sigue allí la fuente, el balcón de geranios o la luna, ese pueblo se llama Andalucía. Cuando un pueblo se mira las manos y sabe que sus arrugas son de tanto atar y desatar cadenas y memorias, ¿qué otro puede ser que Andalucía?
De este pueblo grande es Séneca, que colgó para todos lámparas de luz en las ramas más altas de los árboles enseñándonos que el límite de las riquezas es, primeramente cubrir lo necesario; luego, sólo desear lo suficiente. En Sevilla nació Cernuda, con su malhumor desesperado y su eterna máscara de no poder decir a quién amaba; entre la realidad y el deseo, hecho trizas en el alma.
Los hermanos Machado, insustituibles en su afán de encontrar las orillas y los amores, con el don preclaro de descifrarlos sueños y descubrir el ceniciento color de las encinas, pardas y libres a pesar de las guerras.
Subido a la carabela del descontento, navegando de rodillas por el silencio, Juan Ramón Jiménez, que nos dejó Platero, esa hermosura gris con una púa de naranjo en la pezuña. Y con Zenobia, con Zenobia, con Zenobia, hecha de acero y porcelanas.
Nos sigue doliendo la hechicería sangrante de García Lorca en Granada, en su Granada, con el Darro y el Genil callados y encendidos.
Y Aleixandre, María Zambrano, Aurora Luque, Emilio Prados… Nunca, sin embargo han proclamado a Andalucía como Comunidad Histórica, como si por aquí no hubiese pasado todo y todo se hubiese quedado… Apenas importan los reconocimientos en un pueblo que no sabe de rencores porque en los rincones más oscuros es donde vive la luz que más alumbra.
A este Pueblo Andaluz, tan extendido llega fray Juan de la Cruz con miedo a que no le dejen vivir el panorama de sus versos. Le han dicho que aquí las gentes son ruidosas, que suenan el primavera todas las campanillas de la lujuria, que tiene el sol crecido… y él lo único que quiere es vivir. Acaban de exiliarlo de Castilla (los amores humanos suelen despojarnos, al fin, de casi todo). Allí no le dejan vivir, que es su único deseo, vivir en vuelo.
No le queda más remedio que probar la vida fuera de los suyos, de Ávila, de Salamanca, de Medina… pero ¿se puede? ¿Estando lejos de todo lo que convoca, sin puntos de referencia y sin el árido paisaje?… Se puede. Y así lo experimenta: que únicamente el ser humano es extranjero si no va con Dios. Sólo estamos perdidos si a Dios no lo llevamos.
San Juan de la Cruz se acomoda en Andalucía y aquí muere, en Úbeda, después que tocaran a gloria las campanas de El Salvador, anunciadoras. Todos seguimos preguntando por él. Y está en cada flujo de amor, en la belleza de todas las palabras, aunque escondido. En el mismo escondite que Dios, que se alcanza sólo con el deseo; más fácil aún después de los naufragios.