Moralejas: el espejo de la paternidad

26 de diciembre de 2025
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«El trabajo es el único capital que rinde sin riesgo.» — Henry Ford

Estacionado en un centro comercial, observaba cómo un hombre cortaba en tajadas mangos verdes, a los que añadía sal o pimienta según el gusto del cliente y los envolvía en bolsitas plásticas, para venderlos a razón de unos pocos euros la ración. Para mi asombro, la gente le compraba con suma rapidez. Me acerqué al sujeto y dialogué un rato con él, con la fortuna de que me dijo que Dios le había dado tres hermosas e inteligentes hijas y que por ellas haría cuanto a su alcance estuviera para impulsarlas en tanto sus futuros pudieran ser mejores. El buen hombre usaba una muleta del lado izquierdo porque en un accidente del que no quiso comentar perdió la pierna. Y sin embargo, no argumentaba nada para evadir sus responsabilidades como padre y marido y, por virtud de ese trabajo, tenía a su esposa e hijas en casa propia y no les faltaban los alimentos; además, las tres chicas cursaban estudios universitarios y una de ellas ya se le había graduado.

En cierta ocasión tomé un taxi, el cual no era precisamente de lujo, y su conductor, un individuo de habla muy educada, se notaba un hombre culto. Al cabo de unos minutos me preguntó si no le molestaba que cantase y con una recia voz dejó en evidencia su talento. Además, me dijo que era locutor, pero que el destino no le había dado la suerte para desempeñarse como tal. Me refirió estar quebrantado de salud y en más de una ocasión los nervios lo ponían mal; además, tenía deficiencias cardíacas. Sorpresa para mí, cuando me dice que Dios le había dado tres bellas e inteligentes hijas y que por ellas hacía cuanto pudiera porque eran su orgullo y que ya las tenía estudiando en la universidad.

Hace un tiempo conocí a una joven, la mayor de tres hermosas e inteligentes hermanas; intensa, sensual, creativa, con una imagen paterna idealizada, con espíritu de líder, personalidad emotiva y con necesidad de ser reconocida. Con capacidad para desarrollar conversaciones complejas en las que el pensamiento deriva en conclusiones finales inesperadas. Su actitud es de ayuda, es protectora. Exige que se le haga caso. La terminación superior de su letra es envolvente y eso habla de que ella, a veces, es autocrítica y vive a la defensiva sobre sus sentimientos. Sabe escuchar y ser una persona diferente cada día. Tiene una vida interior muy compleja.

Ahora la joven trabaja y con su salario sostiene a la familia y ayuda a sus hermanas en los estudios universitarios; la mamá lava y plancha ropa ajena cuando puede, y el padre solo aportó a ella y a sus hermanas la carga espermática para su procreación, porque ha sido un vividor, un holgazán, sujeto a las dádivas de la familia de su esposa. Es un bohemio y bebedor, tuvo la suerte de que Dios le diera tres bellas criaturas que otros le criaron y les dieron estudios y sobre las que mantiene control por la elocuencia de su verbo y la astucia de sus gestos, mediante el uso de Dios como grillete. Sin embargo, la joven y sus hermanas adoran a su padre, cosa de lógica explicación en los dos primeros casos narrados, pero de paradójica confusión en este último, donde el padre, además de no hacer nada y estar cebado como toro para procreación, porque come hasta hartarse, se aprovecha de los sentimientos de su hija y le quita el dinero que gana honradamente, para él mantenerse rozagante, mientras ella lucha por un futuro distinto. Él solo se queja de dolencias para no trabajar, dolencias que contrariamente no le impiden emborracharse todos los días.

Las moralejas las coloca usted, amigo lector.

«La mejor herencia de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día.» — Orlando Aloysius Battista

Dr. Crisanto Gregorio León, psicólogo, ex sacerdote, profesor universitario

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