El tenis español vive uno de esos momentos que marcan época. Carlos Alcaraz y Juan Carlos Ferrero han decidido separar sus caminos tras más de siete años juntos, poniendo fin a una de las relaciones entrenador-jugador más exitosas y estables de la historia reciente del deporte. No hay ruptura traumática ni reproches. Hay gratitud, respeto y la sensación compartida de que el ciclo se ha completado.
Alcaraz lo explicó con palabras cargadas de emoción. Cuando empezó a trabajar con Ferrero apenas era un chaval con talento y ambición. Hoy es una figura global del tenis, múltiple campeón de Grand Slam y número uno del mundo durante 50 semanas. En ese viaje, Ferrero no fue solo su entrenador, sino una figura clave en su crecimiento personal y profesional.
Juntos alcanzaron la cima. Seis Grand Slam, ocho Masters 1000, títulos ATP, una medalla olímpica y una regularidad al alcance de muy pocos. Pero más allá de los números, lo que Alcaraz quiso destacar fue el proceso. Haber disfrutado del camino. Haber crecido como deportista, sí, pero también como persona. En un deporte tan exigente y solitario, ese matiz lo dice todo.
El murciano reconoce que, si algún día tenían que separarse, quería que fuera “desde ahí arriba”. No desde la frustración ni desde el desgaste, sino desde el éxito. Desde la sensación de haberlo dado todo. Y eso, en el deporte de élite, no es tan habitual, según Europa Press.
La despedida no suena a final abrupto, sino a transición natural. “Llegan tiempos de cambio para los dos”, escribió Alcaraz, dejando claro que esta decisión abre nuevas aventuras y proyectos, tanto para él como para Ferrero. No hay sensación de vacío, sino de evolución. Como si ambos entendieran que, para seguir creciendo, necesitaban nuevos estímulos.
Ferrero ha sido el único entrenador de Alcaraz en su etapa profesional, algo muy poco común en el tenis actual. Esa estabilidad fue una de las claves del éxito, pero también implica que el cambio sea especialmente simbólico. Ahora se abre una etapa llena de incógnitas: quién tomará el relevo, qué matices nuevos se incorporarán al juego de Carlos y cómo afectará este giro a su día a día en el circuito.
Lo que queda claro es que la huella de Ferrero es imborrable. No solo en el palmarés de Alcaraz, sino en su forma de competir, de gestionar la presión y de entender el tenis. El propio jugador lo resume con una frase sencilla y poderosa: no se dejaron nada por dar.
El tenis seguirá, los títulos seguirán llegando o no, pero esta etapa ya está escrita en la historia. Se cierra una era desde la cima. Con agradecimiento. Con memoria. Y con la tranquilidad de saber que, a veces, separarse también es una forma de seguir sumando.