Hace cincuenta años, España avanzaba con paso contenido. La salud de Franco se deterioraba a simple vista, aunque los partes oficiales insistían en transmitir calma. Mientras tanto, en las redacciones, la tensión crecía. Cada leve complicación del dictador se interpretaba como una pista más en un tablero que todos sabían que acabaría por estallar. Así, las primeras señales de gravedad se convirtieron en una rutina diaria para los periodistas.
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Europa Press llevaba ventaja. Desde el ingreso por flebitis en 1974, la agencia había logrado algo poco habitual en aquella época: establecer un flujo estable de información desde el entorno médico del dictador. Gracias a ese acceso, sus periodistas pudieron reconstruir la evolución clínica con rigor y, sobre todo, con constancia. No era sencillo. La censura continuaba vigente y el margen de maniobra seguía siendo estrecho. A pesar de ello, la agencia decidió mantener una línea editorial audaz, adelantando datos que incomodaban a los guardianes del régimen.
Con el paso de los meses, las señales de alarma eran más frecuentes. Para mediados de octubre de 1975, cada parte médico dejaba claro que la situación iba empeorando. Además, Europa Press logró describir detalles del lugar donde era atendido el dictador, lo que mostraba hasta qué punto contaba con fuentes fiables. Esta acumulación de exclusivas elevó las tensiones, pero también reforzó la certeza de que, llegado el momento decisivo, la agencia estaría preparada.
Cuando Franco ingresó en La Paz en noviembre, la sensación interna era evidente: el desenlace estaba próximo. Por ello, la redacción afinó su sistema de verificación. Todo debía ser preciso. Nada podía fallar.
La noche del 20 de noviembre comenzó sin novedades aparentes. Mariano González recorría los pasillos del hospital con la serenidad de quien lleva semanas acostumbrado al mismo escenario. Sin embargo, poco después de las cuatro de la madrugada, algo cambió. Un vehículo oficial entró por el acceso subterráneo. Minutos más tarde, otro coche repitió la maniobra. Aquella coincidencia no dejaba lugar a dudas. Por ello, González llamó a la redacción.
Desde allí, Marcelino Martín inició una ronda urgente de comprobaciones. Las fuentes, consultadas de manera independiente, apuntaban todas en la misma dirección. Una vez verificada la información, solo quedaba la autorización final. El director, despertado en plena madrugada, dio su visto bueno. Entonces, el teletipo se puso en marcha.
A las 04:58 apareció el mensaje que cambiaría la historia informativa del país. Tres frases breves, contundentes y deliberadamente repetidas: «Franco ha muerto. Franco ha muerto. Franco ha muerto». Así nació una primicia que superó presiones oficiales, consolidó el prestigio de la agencia y dejó una lección duradera: incluso en tiempos de sombras, el periodismo puede iluminar la verdad.