Cada vez que releo a José Luis Alvite, me dispongo de antemano a permitir que sangren las palabras, heridas por la desgana de su sufrimiento. En Historias del Savoy, se inventa el periodista la vida que él ya ha vivido de otra manera y deja caer sobre el lector, como gotas de cera incandescente, la amargura social de lo que no se tiene en cuenta.
Quisiera ironizar con Alvite esta mañana que la maldad de nuestra situación histórica proviene de buenas intenciones. De ellas, dicen, está el infierno lleno. Porque me niego a creer que haya entre nosotros corazones con semejante oscuridad y que estén elaborando para la sociedad telas de araña tan perversas.
La desigualdad entre españoles, aplicando amnistías por conveniencias desvergonzadas; el arrogante descaro de las mentiras; La injuria a jueces intachables y su sometimiento a la arbitrariedad más humillante… todo esto no puede haber nacido de maldades intrínsecas. Me resisto a creerlo porque, de no tener razón, estaríamos perdidos.