Lorca

10 de enero de 2023
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Imagen de archivo de Federico García Lorca. | Fuente: Europa Press.

Estamos en plena campaña de recogida de aceituna para la fabricación de aceite. Este año, por desgracia, ya casi está terminada por ser muy escasa la cosecha, debido a la tremenda sequía de este pasado año. Curiosamente llegadas estas fechas siempre me acuerdo de Federico García Lorca, sí, el poeta. El gran Poeta (Así, con mayúscula). Y ustedes se preguntarán, con razón, el porqué. Pues se lo explico.

En los años 89, 90 y 91 del pasado siglo y por razones que ahora no vienen al caso, tuve mucha relación comercial, y casi de amistad, con un señor de Granada, terrateniente y de familia muy adinerada, con negociones siempre relacionados con la agricultura, y de tendencia ultraconservadora (dicho por él mismo), que había comprado una gran finca de olivar en el pueblo de mi familia, en la provincia de Jaén.

Nos caímos bien. A mí me gustaba mantener largas conversaciones con él al calor del brasero, en una mesa camilla que tenía en el cortijo de la finca mientras tomábamos un vino y unas aceitunas. Un día salió, como no, la conversación sobre Federico García Lorca pues él me dijo que sus padres tenían una finca lindante con la del padre del poeta por Fuente Vaqueros.

Mi amigo me contó muchas anécdotas de la familia de Lorca, ya que a pesar de las diferencias ideológicas entre ambas familias, la relación entre ellas, según él, eran bastante cordiales. Mi contertulio tenía, cuando ocurrió lo que me contó, catorce años (1936) y conoció y trato bastante (siempre según su versión) con toda la familia García Lorca y con Federico en particular, ya que era muy aficionado al teatro y encontraba en el poeta motivo de conversación.

Recordaba que cuando le vio por la casa de sus padres en el mes de Julio de 1936 se llevó una gran alegría y tuvieron algunos ratos de charla. Pero ocurrió lo que ya todos sabemos.

Fueron a por Federico una panda de asesinos, a casa del poeta Luis Rosales donde se había refugiado pensando que allí estaría a salvo. Con el paso de los días y después de conocer el terrible asesinato del poeta, corrieron toda clase de rumores, pero el que más conmovió a mi amigo fué como contaron en su casa lo que había hecho don Federico, el padre del poeta.

Parece ser que una vez que supo que su hijo estaba detenido en las dependencias del Gobierno Civil, cuyo titular era el comandante Valdés, se dirigió allí dispuesto a llevarse a su hijo.

La fecha exacta no la sabía, aunque debía ser el 17 de agosto. El gobernador le recibió y le dijo que haría todo lo posible por liberarle, téngase en cuenta que la familia García Lorca era muy conocida en la ciudad, no solamente por su poder económico, si no, además porque estaban muy bien relacionados políticamente.

El comandante a continuación le dijo a don Federico que eso tenía un coste, ya que la cruzada (así lo llamó) necesitaba mucho dinero para combatir a los comunistas. Dígame cuanto dinero hace falta para llevarme a mi hijo, le dijo muy serio. Éste le contestó fríamente que con quinientas mil pesetas (una fortuna entonces) él podría conseguir salvar a Federico y que se fuera a su casa.

Al día siguiente el padre del poeta se volvió a presentar en el edificio del Gobierno Civil, con el dinero, y le atendió el secretario del gobernador, Nicolás Velasco Simarro, teniente coronel de la Guardia Civil ya retirado.

Éste le dice que tiene instrucciones del propio gobernador para hacer las gestiones necesarias para la liberación de su hijo, y le pregunta si ha traído lo que le pidió el gobernador, a lo que este contesta que sí al mismo tiempo que le mostraba un sobre donde estaba el dinero.

El secretario le pidió que tomara asiento y descolgó el teléfono para hablar con alguien con el fin de darle instrucciones para la entrega del reo. A medida que iba hablando le cambió el semblante de la cara, que pasó a ser completamente blanco.

Con muy pocas palabras colgó el teléfono y miró fijamente a don Federico que ya se temía lo peor. Me acaban de comunicar que a su hijo le fusilaron anoche en la zona de Víznar, acertó a decir con gesto muy serio el secretario.

Don Federico, a pesar de acabar de recibir la peor de las noticias tuvo la entereza de decirle a su interlocutor que quería llevarse el cadáver de su hijo. Éste le contestó que eso no lo podía decidir él y que tendría que consultarlo con su jefe, para lo que le pidió que saliera del despacho y esperase sentado fuera mientras hacía las gestiones oportunas.

Transcurrida casi una hora le mandó entrar otra vez al despacho. Ambos hombres tenían la cara descompuesta por lo que estaban viviendo, pero don Federico además demostró una gran entereza pues era su hijo, su queridísimo hijo al que habían asesinado impunemente.

Una vez sentados el secretario le comunicó que, efectivamente, su hijo había sido ejecutado junto a otros tres hombres, de los que desconocía su nombre y ocupación, y que el gobernador autorizaba al padre del poeta a recoger su cadáver y llevárselo, pero eso si, dejando el dinero que llevaba para su liberación, que en este caso sería para recuperar el cuerpo de u hijo.

Don Federico, sin saber de donde sacaba las fuerzas, le dijo al secretario que recogería el cuerpo de su hijo y de los hombres que le acompañaron en esa aciaga noche y se los entregaría a sus familiares. Ya se encargaría él de averiguar dónde estaban sus familias. Y otra vez lo mismo.

El secretario dijo que tendría que volver a consultar con su jefe si podía autorizarle a llevarse todos los cuerpos, para lo cual el padre del poeta volvió a salir del despacho en espera de contestación.

Esta vez la espera fue más corta. Pasados no más de diez minutos el secretario le indicó que sí, que el gobernador autorizaba don Federico a llevarse los cuerpos de su hijo y de los tres hombres ejecutados junto a él.

Don Federico le exigió al secretario que junto con el recibo del dinero que le iba a entregar, le diera una autorización, por escrito, con el nombre de los cuatro hombres para poder llevárselos todos y él mismo se encargaría de comunicarles a los familiares de los otros hombres que disponían del cuerpo de su familiar. Y así ocurrió.

Don Federico realizó todas las gestiones necesarias, que como podemos entender no serian nada fáciles en aquellos momentos, para que las familias del maestro y los dos banderilleros asesinados junto a Federico pudieran llevarse sus cuerpos y darles sepultura.

El cuerpo del poeta fué enterrado en algún lugar, no se sabe dónde (quizá todavía algún familiar sepa el lugar) pero sí que se lo llevaron del barranco de Víznar.

Soy vecino del barrio de Lavapiés, en Madrid, donde muy cerca de mi casa vive el hispanista y uno de los grandes especialistas en García Lorca, es Ian Gibson, al que me une una pequeña amistad dada mi afición a la literatura.

Una tarde sentados los dos en una terraza del barrio, con una cerveza de por medio, le conté todo lo que acabo de contar más arriba, pensando yo (ingenuo de mí) que le interesaría mucho mi información, pero no fue así. Bueno, sus motivos tendría.

Todo lo que he contado anteriormente, con un poco de toque novelesco o de dramatismo, es absolutamente cierto. Digo cierto a lo que me contó en su cortijo mi conocido granadino, que no digo que sea cierto lo que me contó pues yo no puedo demostrarlo.

La verdad de todo esto sólo lo sabían el padre del poeta y, supongo, parte de su familia. Y yo me pregunto (Vuelvo a ser ingenuo) ¿Será por eso que por mucho que busquen en el barranco de Víznar y sus alrededores no aparecen los restos del poeta y de sus compañeros?

Cuando en el verano de 1940 el padre y la madre del poeta embarcaron en el “Marqués de Comillas” camino de Nueva York, don Federico dijo que jamás regresaría al país donde asesinaron a si hijo.

A los pocos años falleció y seguramente volverán a buscar los restos de Federico García Lorca en el barranco de Víznar. Y en la próxima cosecha de aceituna yo volveré a pensar en mi admirado Lorca.

Amén.

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