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Concupiscencia

Un joven y una anciana jugando ajedrez. | Depositphotos

Escasamente defendidos por la medicina, llenos los equipajes de pastillas, nos vamos conformando con las limitaciones de los años y lo poco que queda de aquella juventud ágil al levantarse de la cama, sin reloj entonces para los bailes de las ferias, fuertes para aguantar sin sueño los aprietos de la madrugada.

El tiempo nos ha quitado, sin apenas advertirlo, las ganas de sostener los entusiasmos, el modo vehemente de mirar, los antiguos jardines y los besos. Las agujas del tiempo han sido pájaros ladrones que nos fueron desnudando de la pasión y del fuego por las cosas.

Nos queda el sereno placer de ir reconociendo la libertad que nos deja el lento abandono de la lascivia. Séneca tenía razón: “La vejez muestra su encanto, puesto que la vida, como todo placer, reserva lo mejor a la postre: haber abandonado la concupiscencia”.

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