Antes de terminar la cena y después de haber mojado un trozo de pan en el plato del Maestro, Judas se levantó para darle un beso y entregarlo por treinta monedas para comprar el Campo de la Sangre, donde se ahorcó.
Desde entonces, hay que tener mucho cuidado con los besos y saber distinguir si hay en los que se dan o se reciben traición, indiferencia o frenesí. Los besos con frenesí son una hilera de sueños que se concretan en el blando edificio de la lengua. Los indiferentes apenas si traspasan la piel de afuera y casi nunca son interesantes. En cambio, los besos traidores se ofrecen escondidos en cápsulas de intriga y hasta el final no se sabe si llevan veneno en la salivilla o una dulce promesa envuelta en suavidades, según convenga.
Ni Bécquer sabía qué era capaz de dar por un beso, de esos que se dan como Dios manda. Con un pico, no se estremece nadie.