De céspedes y rosas

13 de julio de 2024
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Marta Ferrusola. | EP

Lo único que no pudo soportar Marta Ferrusola fue que nombrasen al señor Montilla presidente de la Generalidad: un advenedizo que había tenido la desgracia de nacer en un pueblo de Córdoba

Aquella noche, en una cena de gala donde se celebraba un premio literario, pusieron a la señora del Honorable al lado del cura que tan bien conocía. Entre plato y plato la cordialidad entre ellos fue destacable hasta el punto de descubrir el religioso cuánto sabía la señora de céspedes, jardines y el tiempo de floración de las rosas.

Entendió entonces el cura las razones por las que a la señora del Honorable solicitaran tanto sus servicios para el Nuevo Campo del Barcelona y de este modo, con los verdes renovados, los futbolistas patinaran lo menos posible.

Al despedirse sin el postre, la señora pidió al sacerdote que rezara por su familia, especialmente por sus muchos hijos. Lamentablemente, esa noche uno de sus vástagos sufrió un grave accidente automovilístico. Y entonces el cura supo la inoperancia de sus plegarias. Pero como siguió rezando, la cosa cambió y a los hijos de los Honorables les acompañó desde entonces el progreso. Sólo una nubecilla desafortunada trató de perjudicarles — seguramente algún envidioso— o uno de esos bulos que andan ahora tratando de hacer daño a los respetables. Pero, puede que gracias a la intervención oracional, todo al parecer quedó sin consecuencias.

La señora del Honorable era correcta y educada. Lo único que no pudo soportar fue que nombrasen al señor Montilla presidente de la Generalidad: un advenedizo que había tenido la desgracia de nacer en Iznájar, pueblo perdido en la provincia de Córdoba, sin que le amparase la grandeza de ser Comunidad Histórica y, por tanto, impedido de conocer el idioma de los dioses, tan común en las plataformas celestiales de diálogo. Pero como la señora del Honorable era muy cristiana, en su finura espiritual, pedía al Altísimo que le ayudase a corregir esa impertinencia del alma.

Hasta el final de su vida, la señora ha vivido de la pensión del Honorable, que no es gran cosa. La complementan gracias a una pequeña herencia que dejó el suegro, don Florenci, tan precavido él que, para no molestar, había depositado sus dineros en Andorra.

Descanse en paz la señora que más amó a Cataluña, sin el menor atisbo de xenofobia.

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